Quiero decirte algo que, probablemente, a estas alturas de la vida no has escuchado con la debida seriedad—: Me pareces la persona más fea que existe sobre esta tierra. No llegas a repugnante, pero tampoco tienes una belleza mediocre, sencillamente eres feo. Muy feo. O fea. No creas que ser niña te salva de lo horrible que eres. Son tus padres después de todo. Ellos ignoran tus verrugas, tus cicatrices, el demasiado pelo que tienes, el sexto dedo en tu mano derecha, el ombligo que parece un estadio de pelusas. Esta es la primera razón por la que debieras sentirte afortunado: Tus padres no te lo han dicho, con suerte ni siquiera lo piensan, ellos piensan que eres un rayito de luz, un pedacito de nube, alguien especial. Eres la carne de un ideal romántico: Tus padres piensan que tienes un mundo de posibilidades en convertirse en todo lo que ellos (sí, ellos) quieran, o sueñan para ti.

No te preocupes, eres un infante, un bebecito, todavía faltan muchos años de decepciones acumuladas para verse mutuamente como realmente son.

Si escribo esto es porque pienso que alguien debe decírtelo: Eres feo. No te preocupes, no excluyo… no soy injusto. Si alguna vez tengo un hijo, o una hija, pensaré que es la cosa más fea que haya sostenido entre mis brazos y que mis perros todavía son los más guapos. Mis perros no berrean, ya están entrenados para cagar donde deben, se sientan para recibir sus alimentos y sus movimientos de orejas, y su ternura perpetua, me consigue que chicas lindas se acerquen a saludarme (muy a pesar de mi esposa). Ah, sí, algunos padres dicen que los niños funcionan todavía mejor que los perros… Sí, utilizan esa palabra: “funcionan”. La ternura de los niños funciona un par de años y después se descubren como los monstruos impredecibles que cada año rompen las esperanzas inútiles de convertirse en lo que desean sus padres.

También escribo para agradecerte. Gracias a tu cúmulo de arrugas, tus berridos agudos, tus manitas chuecas y tus ojos que aún son grandes por la proporción humana de la edad, he pasado incontables horas respondiendo la misma pregunta: “¿Y tú, para cuándo?”, “¿Qué no lo ves?, ¿No se te antoja tener al tuyo?”, “¿Qué, no se te mueve la inquietud del padre?”. Depende de quién haga la pregunta he descubierto mi versatilidad como diplomático: No… ahora no, ya lo estamos pensando, algún día lo tendremos, no esperamos… simplemente no se ha dado. Todas esas respuestas en todos los tonos posibles. También he respondido feo, pero es porque la paciencia tiene un límite. Ojalá tengas padres impacientes que hereden sus rasgos explosivos para que respondas a gritos y te dejen en paz. Morirás solo, pero te dejarán en paz. Como decía: debo agradecerte. Ojalá que cuándo mueras y esperes en la antesala antes de que decidan si vas al cielo o al infierno, te pongan una grabación con esas preguntas y mis respuestas. No necesitarían ponerla en repetir. Sé que habrá bastante para ti en lo que esperas.

Cada uno de ustedes me ha valido un comentario acerca de mi dudosa hombría. “¿Estás seguro que tu pene expulsa el semen con la debida FUERZA para embarazar a CUATROSCIENTAS mujeres? CON UNA QUE LE DES”. He llegado a dudar de mi pene a base de preguntas constantes.

Suspiro, me tapo las manos con el rostro y separo dos dedos para verte: Si tan sólo no existieras, pienso, tal vez no estaría sufriendo esas preguntas tan vergonzosas. Esta vez no te culpo, solamente te comparto. Pretendamos que esta carta esconde verdades que te puedo susurrar al oído. Verdades que tus padres no pueden o que les dolerá decirte. Ya te dije que eres feo, ¿qué más puedes descubrir? Todavía no sabes como es la gente y cómo se mueven en los círculos sociales que están impuestos. Apenas te estás enterando. Apenas te visten de rosa, o de azul, o te ponen un gorro de pokémon, o un gorro de perrito, apenas escuchas las primeras palabras y no lo sabes todavía, pero esas palabras te traerán a los lugares más oscuros, más tristes, y más alegres, en los momentos críticos de tu vida. Algún demonio vendrá a susurrarte guagua al oído y tus ojos se humedecerán sin saber por qué. Guagua es la infancia, estás protegido, te quieren. De niño los padres todavía creen en ti, creen que cumplirás los sueños que ellos no cumplieron y que les revelarás una verdad desconocida. Por eso soportan tus vómitos, tus pañales sucios, tu concierto de llanto en las madrugadas antes de levantarse a trabajar.

Lo soportan con amor. No te sientas mal. En mi siguiente carta te prometo que hablaremos del amor como una construcción aparentemente necesaria para que la sociedad funcione, para que los tontos no se maten y para que las secretarias gocen. Ahorita no te preocupes. Supón que el amor existe. Hablando de amor: Yo no te amo, por eso puedo decirte con toda libertad, sin temor a represalias, que me pareces horrible, escandaloso y apestoso.

Reitero mi agradecimiento por todo el tiempo que me has hecho perder en preguntas necias. Si tus padres te dieron a leer esto, que padres más chingones tienes (y cuidado, están queriendo decirte algo). Espero corresponderte algún día. Hasta la próxima.