- Un día, visitando el muro de la quimera, encontré un hombre que también la visitaba. Los motivos de mi vista eran románticos (buscarle una razón de ser a la carta), ¿qué podría estar buscando un hombre como él en un muro como este? ¿También buscaba historias? El hombre era mucho más viejo que yo, de barba bien recortada y lentes cuadrados, un poco gordo. Acariciaba los rostros de piedra y luego se miraba las manos como si no pudiera creer lo que tocaba. Cuando se percató de mi presencia, carraspeó y puso sus manos atrás, enderezó su postura y caminó alrededor del muro. Pensaba lo que estaba a punto de decir.
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Ninguno de los dos visitantes sabía de cierto que la quimera estaba enojada. Los niños el día de ayer fueron más crueles que de costumbre. El animal mitológico todavía escuchaba los golpes que le dieron al muro, con sus machetes sin filo y sus escudos de latón. Quimera apestosa, quimera huele a popó, quimera atrapada en un muro por la eternidad de la eternidad de la eternidad. La canción retumbaba en sus oídos. Ah, si tan sólo pudiera, con una llamita pequeña podría incendiarlos a todos, y luego a sus familias, y luego a su pueblo, su país, su nación, su mundo. Si supiera como salir de allí.
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Tóquela, invitó el hombre, está caliente, está enojada. Hice lo que sugirió el hombre. Mi mano tocó la piedra y estaba mucho más caliente que otros días. ¿Pudo ser el sol? No, los árboles eran demasiado altos. El sol no podía calentar directamente el muro. Alguien estuvo molestando a la quimera y esta deseaba la venganza. Todos están de acuerdo que las quimeras expulsan fuego, como los dragones. Recientemente les inventaron gases venenosos, saliva corrosiva o truenos centelleantes. Que divertido, pensé mientras acariciaba la nariz puntiaguda de la mujer, sería que pudieras andar otra vez sobre la tierra.
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Unos borrachos, anoche, se toparon con el muro y orinaron sobre él. Uno de los jóvenes beodos, abandonándose a la euforia química y sabiéndose resguardado por la noche, tocó con el glande la nariz filosa del rostro femenino. Mira Ulises, mira Perico, mira Guepa, le dijo a sus compañeros, la señorita de piedra me la quiere chupar. Jijiji, jajaja, todos se rieron y tomaron turnos para tocar con su sexo los labios gruesos de piedra. Una bolita de fuego, pensaba la quimera, si tan sólo pudiera encender una bolita de fuego para quemar a todos estos desgraciados.
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Platiqué con el hombre todos mis sueños quiméricos. Me escuchó educadamente, sin moverse de su lugar, con las manos en la espalda y su rostro bien alzado. Su mirada atravesaba los lentes. Le conté los dibujos que hacía de niño, como los niños jugaban alrededor de la estatua, como pensaba que la quimera había viajado en el tiempo al huir de Beloforonte y que, por no controlar su velocidad, se había estampado en el muro. ¿Su cuerpo, me preguntó, entonces es de aire? Sí, por el momento sí, cuando logre salir del muro lo tendrá de nuevo. Eso explica porque el aire se concentra de este lado y se calienta. ¿Cómo crees que podamos sacarla? No tengo la menor idea, ¿por qué querrías sacar al monstruo? ¿Cómo sabemos que lo es? Es un accidente que esté en el muro. Estaría en deuda con nosotros.
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La quimera escuchó nuestra plática. Tanto tiempo encerrada en el muro le había permitido aprender el lenguaje humano. También aprendió la angustia, la locura, el encierro, la humillación y la crueldad del juego de la vida. Estaría en deuda, sopesó lentamente, la quimera estaría en deuda con ustedes. Qué valientes son todas esas personas que toman decisiones alejadas del muro. Todos allá afuera son Beloforonte.
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Platicamos los métodos que podríamos explorar para liberar la figura mitológica: Romper el muro con delicadeza o con fuerza, reconstruir su cuerpo con piedra, buscar un viejo hechizo, un viejo discurso que fundiera los ladrillos, aumentar el calor con un lanzallamas hasta que este fuera insoportable y la quimera renaciera como un dragón, o un fénix. Cualquier posibilidad parecía certeza. Sin embargo, ignorábamos, incluso la misma quimera, que bastaba con nombrarla para acercarla a la libertad. Al pronunciarla, pequeños guijarros caían al suelo y la piedra se hacía más débil. La invocación de la mentira acercaba la verdad cada vez más, a nosotros, al mundo.
The Chimera (La Chimère de Monsieur Desprez). Louis-Jean Desprez (French, Auxerre 1743–1804 Stockholm.