Borges no solamente es la violencia, también son los laberintos. Anoche entré a una página que genera laberintos al azar y a otra que genera mazmorras para juegos de rol. Durante un rato estuve admirando las líneas, los cuadros, los pixeles e imaginaba los caminos a tomar de ser un personaje abandonado en el centro, en uno de los extremos, en donde sea. Estuve un rato explorando las posibilidades de crear ficción con esas herramientas. Borges, en la brevedad, es capaz de soñar con todos los caminos posibles (mejor dicho, es un gran engaño, el mejor de todos los trucos), los destinos que se traslapan, y transgreden el tiempo en curso. No permite dudarlo, quizás esa es su mayor virtud. Deja a otros, a sus lectores, como un sueño la posibilidad de crear un libro infinito, de escribir una versión propia de los jardines que se bifurcan. Mala cosa. La tarea para un sólo hombre parece desoladora, de por sí, escribir una novela es entregarse resignadamente a la muerte (Bushido) y el mismo Borges soluciona esto con la enciclopedia de Tlön. Quizás un niño podría conseguirlo pero el niño no tiene la paciencia necesaria para los detalles, además de qué, sorpresa, la infancia dura sólo un momento. Un niño siempre niño no estaría suficientemente sumergido en el engaño (personaje de un bestiario). Los niños inventan para otros niños porque están acostumbrados a imaginar. Ofrécele un mapa vacío y lo que dura un suspiro, buscará todos los tesoros.
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