Mateo guardó a Casiopea en su bolsillo, no creía necesitarla aún. Se hizo paso entre la gente para entrar a la fiesta perpetua. Le pareció divertido, y triste a la vez, que los objetos inanimados como el teléfono (Casiopea), adquirieran nombres con pronta familiaridad. Trató de recordar cómo les llamaban los japoneses a los espíritus que residen en todas las cosas: tsukumogami, los ocho millones de dioses. Quizás dar un nombre a un objeto era una señal de respeto a la humanidad y su pronta habilidad de convertir cualquier cosa en un dios.

Se preguntó qué nombre le daría al primer bocado.

La sala de la mansión era amplia y bien iluminada, de un color verde vegetal y luminoso, igual que los arbustos que dejó atrás. Había dos pasillos a sus lados que daban acceso al resto de la mansión. Las escaleras subían a una puerta ventana que abría hacia un jardín central y luego se dividían en dos, izquierda y derecha, para dar paso al segundo piso. Se acarició al estómago y su mirada, entre toda la gente, se fijó en dos hombres, uno de sombrero de fieltro y otro con una gorra de los Dodgers. El último comía una hamburguesa y asentía a las palabras de su acompañante.

La hamburguesa se veía jugosa. Mateo miró las gotas de salsa cátsup y mostaza que manchaban la camisa del hombre por su descuido y su voracidad. Aún cuando las mordidas eran grotescas y gigantes, Mateo gruñó hambriento. Se animó a interrumpir su comida aunque le daba miedo, porque sentía que se arriesgaba a ser devorado. Se acercó a los dos hombres quienes ignoraron, casi con educación, su presencia forzada. Dodgers hablaba con el hombre sombrero sin prestar demasiado atención al bocado que ya tenía en la boca.

Sombrero apenas atendía la conversación mientras jugaba con su teléfono, su propia Casiopea. Dodger escupió un microscópico pedazo de comida que cayó sobre la camisa de cuadros de Sombrero y este, sin fijarse demasiado, simplemente lo retiró de un dedazo y siguió en lo suyo. A Mateo le pareció que eran amigos.

Casiopea vibró en el bolsillo de Mateo. Sacó el teléfono para leer el mensaje: “He notado que estás a punto de iniciar conversación con dos de los invitados: Tony (Dodgers) y Fansworth (Sombrero)”. Fisgó las fotografías para reconocerlos y dio negar a la solicitud de seguimiento. Mateo guardó a Casiopea y carraspeó. Ambos hombres voltearon a mirarlo.

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