Mateo soltó el libro de Boris Santiel. Nico se le quedó mirando, con unos ojos brillantes y perversos. No sabía cómo explicarle lo que acababa de suceder. Para él era evidente, porque él tuvo el libro entre sus manos, aún podía sentir su presencia y la multiplicidad de ojos que se le echaban encima. Sin saberlo, habían cruzado el umbral entre la ficción y la locura múltiples veces y eso había liberado aquella sombra que ahora se ocultaba entre las paredes, entre todos los libros de la biblioteca, debajo de los dinteles de las ventanas como diminutas arañas que hacen su hogar discretamente entre las sombras, mientras planean como dominar el mundo, tomarlo entre sus telarañas larguísimas y pacientes.

“En esta tierra, lo único cierto es la inmortalidad de estos libros”.

Quizás esos libros eran inmortales porque eran una prisión para ciertas fuerzas, pasiones o espíritus misteriosos, justo como el que acababa de liberar Mateo con su lectura. Y debía haber una buena razón para ello.

—Vete de aquí, Nico.

Mateo sacó unos fósforos de su bolsillo, los encendió y los dejó caer sobre el piso de la biblioteca. Escuchó el grito de la presencia, un grito que no sabía si era un alarido o una carcajada burlona. Volteó y Nico todavía estaba ahí, mirándole con una sonrisa, con esos ojos brillantes y perversos. Ella lo abrazó.

—En este instante —dijo ella—, alguien siente el calor de las llamas entre sus manos.

La enigmática respuesta de Nico a los eventos, hizo imaginar a Mateo: Boris Santiel, o el narrador de Boris Santiel, no era el único prisionero. Nico y Mateo también lo eran, y si ellos lo eran, a su vez debía haber un narrador prisionero entre las páginas de un libro. Sí, todos los fuegos el fuego, sonrió Mateo y creía ahora comprender las capas de este cuento, de aquel cuento y de todos los cuentos. Mares de páginas entrelazadas por los ríos del tiempo. El fuego del perseguidor, las instrucciones de John Howell, el infierno tan temido, el cocodrilo y el faro. Mateo se rió, otro final donde las llamas nos consumen, ¿eh? Y le dijo a Nico entre risas: “Yo sólo quería matar a uno de los monstruos, no quería matarlos a todos”, pero Nico ya estaba de rodillas, su sonrisa derretida y sus manos crispadas. Y Mateo supo que su fuego no sólo alcanzaría este cuento, sino también los muchos otros que se partían en números y ramas, un árbol orgánico e infinito, o hasta donde alcance el tiempo. No mires atrás, no sueltes el libro, escucha mi mensaje: “Así fue como todos acabamos consumidos y esta lectura, no tengas miedo, sólo es el eco de algo que sucedió hace tiempo”.

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