Suena el claxon, estridentemente, tan parecido al anuncio de que el diablo por fin viene por tu alma. Miras los ojos del conductor: es un hombre común y corriente, quien seguramente iba camino a casa para abrazar a su mujer, a su hija y a sus dos perros. Segundos antes de que el auto te golpee, alzas el brazo y extiendes la mano como un muro, un desafío contra la gravedad y las leyes universales. Alcanzas a notar a uno o dos testigos y los dos tienen la misma cara: fascinación por el horror inevitable, el accidente a punto de romper con la añorada paz de una rutina. Sin embargo, para ti no es una sorpresa: el auto se comprime como una lata de coca cola bajo los pies de un niño. Se hace añicos. Y como era de esperarse, el impacto afecta radicalmente la vida del conductor, quien…

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