Me parece gracioso que la señora cantante de 57 años bese sorpresivamente a la joven luminaria de 28 años. El chavo trató de disfrutar el beso, de verdad que lo intentó. La ironía es fácil pero graciosa: le dobla la edad. Con un beso, la señora acaba de despreciar a toda mi generación, los tas, de un chingadazo; en un statement envidiable y voraz. Creo que esto pensó ella: Para qué me voy a comer al pollito que tiene sus primeras arrugas adultas, su piel maltratada por el sol, sus angustias que navegan en el vaivén de lo metafísico y lo pixelado, del niño tardío y el viejo prematuro, cuando puedo morder los labios de este pobre imbécil que vino a sentarse aquí, necesitado de aplausos y de fanáticos, de reblogs y de favs. Pues la señora cantante de 57 años ya se sabe el show, siempre ha sido así; lo que pasa es que a su edad ya podemos tacharla de viejita loca, por fin se convirtió en la anciana que en uno de sus videoclips se sube al auto —ese ominoso y atinadísimo reflejo del futuro— para desmadrarse. Es que a su edad, pero cómo, ya no parece perdonablemente cachondo lo que hace. Quizás haría bien no olvidar que la señora cantante de 57 años ha sobrevivido a la industria musical, a la maquinaria de celebridades. Alguna vez el hijo de puta de Sean Penn la ató a una silla y la golpeó para preguntarle por qué había terminado su relación. De haberme pasado eso, claro que querría despertar de la pesadilla y besar a cuánto chamaquito se me cruce en el camino.