Mi esposa y yo vivimos en la casa trece. Me pregunto si no debimos ser más supersticiosos. Hoy me imaginé viviendo en la once o en la siete. Como no soy japonés, también me imaginé viviendo en la cuatro. Quizás no hubiéramos tenido aquellos horribles problemas de tubería. Entonces se me ocurren otros cambios: mejores trabajos, distintas oportunidades, quizás habría ganado otros concursos, hubiera escrito otras cosas. Pienso en otros que fueron afectados por nuestra decisión: don Chino nos hubiera durado más, Rubén no hubiera sufrido un ataque, a la empresa familiar le iría mejor y, quizás, no habrían asesinado a E con un martillo. Empiezo a creerlo. En la casa 23 nos esperaban mejores cosas, una línea temporal alterna cuya distancia diminuta de la 13 hubiera cambiado tantas cosas para bien. El consuelo es un seductor poderoso, una mentira agradable. Post-it: Saltar al otro lado no siempre es para bien.
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