Un año después, aún sigo leyendo Moby Dick. (Un año y dos meses. O tres). He abandonado libros cansinos en menos tiempo. Algo tiene Moby Dick que hace difícil su abandono. Quizás el juego entre la acción, los datos sobrados y los chistes insulsos convierten su lectura en algo fascinante. Un capítulo es la carnada para caer en la lectura del siguiente. Tirar de la caña, pero sin prisa, a un ritmo constante y doloroso. A veces me pregunto si hubiera sido más fácil para mí leerlo en español. Es posible. Pero tengo la impresión de que hacerlo así me hubiera ahorrado todos los fallos y hubiera perdonado muchas cosas más a Melville. Al final, sea como sea, es un trabajo envidiable: la ballena es un universo, es un dios, y la anatomía completa de un leviatán, incluso las pasiones humanas que despierta el más terrible de ellos, depositada en un sólo libro (monumental y único). A pesar de mis burlas, también le tengo respeto a su trabajo: eso es algo que a estas alturas de mi vida no me atrevería a hacer. De Melville, además de sus errores, habría que aprender su arrojo, su constancia y su tenacidad.