Hablando del diagnóstico, del monstruo de temporada, gracias a un retorcido sentido de lo extraño, ahora sé lo que sucederá durante todo el año. Nadie, por fortuna, insiste con que habrá sorpresas. Por si fuera poco, ando muy bushido últimamente, más que de costumbre, así que los accidentes me la pelan. Ojalá que los pronósticos mantengan su bondad y que los porcentajes y las estadísticas no cambien por misteriosas razones. Al día de hoy, la incertidumbre es poca y la muerte silba lejos, juega dominó en otro lado y con otras caras. Pobres. Pero mejor esos extraños (para mí que son ficción) que yo.
Los ciclos están definidos. Cada dos semanas empieza la quimio y después viene la recuperación. Así durante varios meses hasta llegar a radiología y después, si el tiempo es generoso, la vida será un regalo amplio y duradero. Mi salud como un regalo de cumpleaños. Quién diría.
Efecto secundario de la enfermedad: me cuesta trabajo lidiar con trastornos, problemas y vicios ajenos, pero aún así hay gente, en todas las etapas de mi vida, queridos y extraños, quienes vuelcan sus problemas porque buscan mi consejo o mis oídos. Como lo dije alguna vez: uno puede estarse muriendo o luchando cándidamente por su vida pero los otros no dejan de existir; en realidad, los otros nunca terminan. Estoy cansado. Quiero decirles, y a veces se los digo porque se agotaron mis reservas, que no tengo fuerzas para lidiar con otros a no ser que el chisme sea jugoso, compartan nudes o que alguien coja al final del cuento.
Atento aviso: paguen el peaje. Báscula. Estaré castrado químicamente pero las buenas historias todavía estimulan las áreas correctas del espíritu.
Cuando sane, de cualquier modo, pondré algunas pequeñas prioridades en orden (quíhubo). Querré ser más puntual con el tiempo para mi familia, mi perro, mis amigos más queridos, la escritura, la lectura y los videojuegos. Seré un feliz perverso. Pondré mi papelito inspirador, post-it de autoayuda: “enfóquese, escriba su libro al año, al fin que a nadie le ha importado ni le importará si hace otra cosa. Nadie sabe, sólo usted”.
Sueño con ello, claro, pero también falta el tiempo necesario para mantener la (recuperada) salud y el trabajo. La estabilidad cuesta.
(Estos caminos extraños que se abrieron gracias al árbol inverso y enfermo que empezó a crecer aquí adentro. Algo ha cambiado, algo más allá de lo que imagino.
Siento que un dios anida en mí, hijo de perra).
Me duelen los dedos porque, aun cuando al principio me negaba tratar algún proyecto literario (al principio, cuando juraba que me iba a morir porque el drama también existe), ahora lo siento necesario. Conclusión: el silencio no vale la pena. Así como he negado que la enfermedad manipule mi ánimo y me descontrole o me pervierta de maneras desagradable como vivir del horror o me empuje a atravesar líneas sin retorno, también trato de negar el uso del querido diario para escribir una secuencia de buenos deseos y caer en la espiral de los piolines bonachones que viven en su propio mundo de cielos limpios.
Hoy he fallado.
La guerra tiene sus tonos, sus ritmos, la melodía de cada hora es distinta. Hace tiempo que no usaba el blog para hablar sencillamente de los días en vez de escribir manifiestos risueños y estridentes. Tratar espontáneamente el diagnóstico, aproximarme a él con sencillez y sin ira, sin la voz sardónica, arrogante o dolida, también es tentador y solo el tiempo dirá si es necesario. Eso quiere decir, supongo, que además soy un optimista insoportable. Sí, ya lo sabía. Poco me importa lo que piensen los demás, los otros. Es mi canción para el desvelo. Es la lista de música que me mantiene vivo.