La teoría de Pablo
Perseguimos a la sospechosa, tiene biología aumentada. Soy una novata, me apellido Pablo. Sigo a la teniente. La teniente dispara su escopeta, el monstruo cae. Según las clases de sensibilización, no deberíamos llamarle monstruo, pero nadie tiene que saber lo que ocurre en mi cabeza. Todavía no. Cuando ascienda a oficial tendré más cuidado. Quiero acercarme a ver, pero mi superior alza el brazo y lo impide. “No entiendes —dice la teniente—, al parecer no somos gente, somos otra cosa”. Habla incoherencias, quizás debería reportarla. La sospechosa suelta un alarido. “Nos está comiendo, Pablo. Está en los sonidos. Está consumiendo el ruido de nuestras cabezas”. ¿Cómo nos está comiendo, Pablo?, quiero preguntarle, pero se desata un terremoto, las luces parpadean, las paredes se rompen.
La sospechosa abre la boca y escupe sangre. Se ha modificado tanto que es una deformidad, humanidad negada y abandonada. Suelta una última mirada, sonríe herida y enigmática. Soy la teniente Pablo, suelto el arma, me duele el hombro por el empujón del disparo. La novata recoge el arma, teme el regaño de nuestros superiores, teme que lean su cabeza así como definitivamente leerán la mía por ser una oficial. “Qué necia eres, no se trata de eso”. Nada de esto está bien, la novata no ha entendido; compartimos una historia. La sospechosa tiene algo extraño. Me arrodillo, de pronto me siento muy cansada. ¿Es una simulación de la academia? ¿Un ejercicio?
El dolor se extiende. Me desangro. ¿Cuándo regresó el disparo? La novata se acerca. Mi grito la preocupa pero yo quiero reír. No puedo, pero quiero hacerlo. No veo a la teniente, quizá ya se ha ido. Eventualmente lo comprendo: somos un jingle, el eterno retorno. Mis piernas están deshechas. Pablo alza la escopeta, tiene un poco de piedad, y yo no puedo explicarle que debería rechazar las enseñanzas académicas; eso podría sacarnos de la repetición. Me falta boca, solo tengo ojos, unos cuantos dedos y algunas extremidades inútiles. Miro el cañón de la escopeta a unos centímetros de mi cabeza. Soy Pablo, el monstruo. Soy crimen.
Publicado originalmente en A larger reality 2.0
Nivel 81
Suena Neil Diamond en el fondo. Quistis está a punto de subir a nivel 81. Frog hace ataque combinado con Cyan. Destruimos al Big Marlboro, pero quedan los dos pequeños, los hijos de este perro infeliz. Batallas aleatorias, grinding en el mundo abierto. X, X, Triángulo, Círculo. El hombre difuso fuma su cigarrillo, lo miro de reojo. “Ya ves —le digo—, estoy a punto de subir a nivel 81 y podrás abrir la siguiente puerta”. Música techno pop. Empieza la siguiente batalla. Mi materia está al 80% de subir de nivel. El hombre difuso hace un gesto ambiguo, es imposible comprenderlo. La intravenosa duele, confunde el movimiento de mis dedos. Ya estaba tan acostumbrado a ella que la olvidé por completo. Enfrento a la tercera transformación de Kafka. Dios en la tierra se convierte en una columna de carne al cielo. Roxas hace una invocación: Ashley Riot combina perfectamente seis de los golpes pero no es suficiente. El hombre difuso parece agarrarse el rostro. ¿Está decepcionado o se ríe de mí? Puedo ver una puerta. Ataque apocalíptico, secuencia de dos minutos, mis personajes son destruidos, me van a matar.
Suena David Bowie en el fondo. Thunder God Cid está a punto de subir a nivel 81. Marle hace un ataque combinado con Odiseo. Miro mis manos, ¿no estaba inyectado? Creí, no, quizás tengo demasiado tiempo viendo los pixeles, quizás estoy confundiendo la realidad con el videojuego. ¿Cuánto tiempo he estado aquí? Abandono el control, lo dejo caer como un rechazo a esta interpretación del mundo. Un hombre pixelado me acompaña. ¿Cómo te ves cuando ríes? Música underground electro trance. Escucho a Magus: “me dijeron que tendría que atravesar todos estos mundos si quería volver a ver a mi padre”. A tu padre, a tus hijos, a tus queridas mascotas. Soda y papitas, con mis carnales, recuerdo el pasado: música de chiptune, grasa en los controles, la maravilla de recorrer paisajes imposibles con Rockman. Hago una invocación: Canterbury y Carbuncle llaman al reflejo perfecto. Sephiroth rompe el cielo. Meteor destruirá nuestro mundo, ¡salva a Aeris, salva al planeta! El hombre pixelado corre hacia mí pero el tiempo se ralentiza. Me duele la mano izquierda. No puedo continuar, mis personajes serán destruidos, nos van a matar.
Suena Nobuo Uematsu en el fondo. Chris Redfield abre una puerta y un pasillo largo y sombrío nos espera. Puedo matar zombies pero no subiré niveles. Miro sus estadísticas, confirmo mi sospecha. ¿No estaba jugando otra cosa? ¿Cómo sabré cuando avance al nivel 81? Tengo una epifanía, el hombre de negro no se refería a las estadísticas de los personajes, pero… quizás, ¿las mías? Entro al menú del juego, de los infinitos juegos, paso las tarjetas de identificación de los personajes. Trigger, trigger, trigger. Tantos rostros y tantas estadísticas, tantos atributos y posibilidades. Squall, Roan, McDohl y cuántos más. He juntado a más de ciento ocho estrellas del destino, tengo una galaxia. He estado atrapado tantas horas aquí que el número ni siquiera puede añadir unas más: 999 horas. ¿Cuál es el objetivo? Subir a nivel 81. Ese debe ser. Dónde está mi identificador, cuál es mi nombre. Yo soy el héroe de esta historia, Auron. Esta es mi historia. Me duelen las manos. El hombre de sombras se lleva un cigarrillo a los labios, se cubre el rostro. No soy el único sin nombre, sin figura definida. ¿Soy un jugador? ¿Un error dentro del juego? No es tristeza o decepción, es una carcajada, estoy casi seguro de ello. Música dramática, entrada de jefe, Arceus cubre la mitad del cielo con su energía caótica.
Suena Jimmy Hendrix en el fondo. ¿Es la música un indicador de lo que está por venir? No identifico los túneles o los pixeles. La sensación es sólida, demasiado brusca. Se han acabado los químicos. Esto es el verdadero milagro, el único código de salida. No reconozco los nombres de estos soldados porque abrí una puerta y se me permitió pasar. No tengo sombra y no hay un hombre que me vigile. Me retiro las sondas. Duele, claro que duele, pero lo olvidaré, creo que lo he olvidado antes. Necesito seguir caminando, escupo, vomito, pero medio me levanto. “Déjenlo caminar solo hasta donde pueda hacerlo”. Giratina, Kafka, Sephiroth; máscaras de miedos triviales. Arrastro los pies, triángulo, triángulo, R1, R1, izquierda y derecha. No sirve. No hay código que me permita empujar el cuerpo hasta sus últimas consecuencias. Miro la iluminación. Qué sucio, esto es real. Cuando no puedo seguir, se acercan dos hombres y me sostienen de los brazos. Identifico sus bigotes, sus sonrisas, sus pieles maltratadas por el sol y la nicotina. “Empújenlo, necesita escuchar al público”, dice un hombre que me parece vagamente familiar: saca un cigarrillo y lo deposita en sus labios. ¿Qué nivel soy? Pregunto, ¿qué nivel soy? Lo has logrado, dice, eres nivel 81. Abren la puerta. Escucho el escándalo de un público y veo mi rostro replicado en cientos, miles de pantallas. Soy pixeles, es lo único que tiene sentido. Siento que detrás de todo este asqueroso espectáculo todavía me faltan los jefes ocultos, los niveles secretos, la verdad del mundo.