Recuperé la curiosidad por algunas tonterías; por ejemplo, me detengo a leer los periódicos más a menudo, a veces escucho a mi presidente en vez de ignorarlo y también he prestado más atención a las barrabasadas que suelta la gente cuando creen que nadie la está mirando. De unas semanas para acá, empecé a escuchar Tinder esto, Mumble aquello, y a partir de ello he recogido algunas pequeñas anécdotas de cómo una neurosis distraída (o una fingida indiferencia) fomenta y retroalimenta estas apps de encuentros casuales y cómo han modificado vidas, hábitos; la gente habla de ellas con una soltura natural sin darse cuenta que han incorporado unos botones pavlovianos adicionales al alma de la humanidad. Una humanidad cada vez más tecnócrata.

Mis descubrimientos y mis lecturas me han dado gracia, pero tampoco creo que debiera descartarlo fácilmente. Cada generación incorpora nuevos modos. Añaden más cositas a sus raíces (ingredientes al estofado metafísico, uyuyuy), piensan en métricas y modifican costumbres a partir de las notificaciones, de los algoritmos. No busco hacerme un experto (es la primera ilusión de todos los videojuegos, convertir al jugador en un experto de un mundo controlado, y no lo duden: todas las redes sociales aspiran a ser una máquina tragamonedas a perpetuidad y tornarse en algo imposible de abandonar). O podría ser peor, como fingirme un erudito de esta madre el día de mañana, pero no puedo evitarlo: me gustaría entender un poco mejor a las personas que, en algunos casos, parecen desoladas porque no saben explicar exactamente qué buscan con estas aplicaciones pero toman riesgos.

Hice una cuenta y ahora trato de comprender cómo han jueguificado no sólo las esperanzas de la gente, pero su atractivo, su percepción para ser deseables a los otros. Hot or Not pero en su máxima expresión. Breve recuerdo de cuando comprábamos gente en MySpace o en algún juego de Facebook (no se olvide que durante años nos reíamos de la ciber-trata cuando podíamos comprar a nuestros amigos por panchodólares y revenderlos en cuanto ponían sus perfiles más guapos para sacar la máxima ganancia).

No espero sacar mucho de esta cueva de ilusiones pero, gracias a mi curiosidad, he tenido conversaciones interesantes sobre esto, conversaciones que han ocurrido fuera de la aplicación. Desmenuzo las posibilidades, las ficciones probables. Creo, muy a mi pesar, que no hace mal estudiarlo porque la humanidad ya está modificada por las redes sociales y esos gestos me interesan, pueden ser de utilidad para alguna historia, para el desarrollo de una novela, un episodio de algún futuro proyecto. Me alegra finalmente, pues, desmenuzar pendejadas banales porque mi espíritu de curiosidad ha retornado del valle medio negro en el que estaba.

Soy un voyerista aficionado. Tinder no me satisface como otros canales. Prefiero Instagram o, por lo menos, me satisfago con la realidad: tengo más placer cuando paseo a mi perra y veo a las muchachas en falda, en shorts, en bicicleta (y uno que otro muchacho); algunas simplemente pasean mientras que otras huyen de las lluvias y los mirones menos discretos, los asquerosos y los perversos. Encuentros fugaces, efímeros, puestos ahí para revitalizar el fondo de un mundo abierto e infinito y que no pretenden ir más lejos que eso: una mirada, la brevedad de un cruce. Mantendré la aplicación activa algunos meses para ver si encuentro en ella algo más que los botones y la neurosis, pero lo dudo. He tomado nota de algunos procesos pero son un cliché pavloviano. Procuro imaginarme en el pasado, un cuerpo joven y soltero, con una de estas aplicaciones a su alcance y creo, sinceramente, que estaría igual de escéptico, desesperado o neurótico. Prefiero mis encuentros menos programados, menos controlados por un algoritmo. En el pasado, aunque también prefería conocer a la gente por internet, las herramientas estaban tan primitivas que estábamos obligados a escribirnos, cada plática era desarrollar historias que nos obligaran a conocernos o situarnos en probabilidades, en contextos.

Pero, quizás, lo más importante que he descubierto en Tinder es que he reafirmado una postura personalísima: si me divorcio o si enviudo, primero consideraría la opción de hacerme polvo mientras leo mis libros, camino con mi perra vieja y juego mis videojuegos a casarme otra vez. La masturbación es una cosa muy placentera, ¿por qué iba a abandonarla a raíz de unos likes? Quizás, si enfermara de nuevo, permitiría que las células me consuman o, por lo contrario, viviría una vida plena pero callada y rutinaria, sin aspavientos, sin la desesperación de encontrar a alguien más, una familia nueva a donde pertenecer. Es muy difícil encontrar a otro, sobre todo, encontrar a otro que te quiera a pesar tuyo, de tu historia y tus modos. Qué angustia disminuir todo este desarrollo a una situación de dar like a la derecha o a la izquierda. Pero qué injusto de mi parte. Al parecer me he aceptado un viejo comodino, consumiéndose sabrosamente en la amabilidad de su rutina.

Son modos de gente nueva, generaciones abajo ni siquiera dudan o critican la efectividad de esto, sino que ya lo incorporaron a su cotidianidad, a sus posibilidades. Un día de tedio puede cambiar con las notificaciones de este espacio. En cambio, encasillado en mi contexto, pienso en mí y me parece gracioso, pero no dejo de pensarlo: si tuviera qué repetir este proceso de encontrarme con alguien para compartir este pedo cósmico, alguien cómodo conmigo (y yo con esa persona), bueno, tendría que ser alguien que quisiera contar historias, imaginarse en ellas. Confrontarse a través de la memoria, el presente y la ficción. Alguien que llenara los espacios en blanco de su propia memoria, o de la memoria humana. ¿Es posible descubrir este tipo de juegos en Tinder, encontrarse a alguien con ese propósito? Mi esposa es muy chorera. Se inventa unos rollos que luego dan 300 vueltas a la Tierra. A menudo la critico por ello, pero precisamente por eso también la amo, y así un sinfín de detallitos que nos suben y nos bajan los puntos en un juego que aparentemente ya tenemos bien dominado el uno del otro.

Ojalá pronto hagan un Tinder para imaginarse perro, gato o conejo. Supongo que en ese estaría mucho más cómodo.