No puedo poner la cabeza de mi hermano en su lugar. Vuelvo a intentarlo pero cae, cuelga de su cuerpo, una tira de carne todavía la sostiene y se balancea como un péndulo. Debo ponerla en su lugar antes de que mi madre entre por la puerta pero sólo consigo mancharme las manos de sangre. Demasiado tarde. Empiezan los gritos. Miro los ojos secos de mi hermano, los míos empiezan a nublarse y los continuos alaridos de mi madre cimbran mi cuerpo, vapulean mis nervios. Entonces quiero ser yo quien lo mate. ¿Por qué regresaste? ¿Por qué así? Mi madre y yo nos convertimos en actores de una obra absurda. Nos levantamos y andamos por la habitación, cada quien sumergido en su propia angustia, hasta que por accidente nos encontramos y nos abrazamos. Suenan las sirenas. Algún vecino llamó a la policía. Sólo entonces lloro.
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