Es una ardua tarea… yo suelo tener mi espacio arreglado (a mi manera muy surreal de ver la vida, claro está). Por lo general así es… si empiezo con un cuadro bien arreglado, entonces se queda bien arreglado. Si empiezo con una habitación bien arreglada, entonces se queda bien arreglada. Si empiezo con un cuerpo limpio mi vida, entonces… bue, es inevitable, me encanta el lodo. Ajem.
El problema de una oficina, por ejemplo, son los intrusos. No importa si compartes, sigue siendo un intruso en TÚ espacio. Es por eso, que me molesta sobremanera cargar con tazas de café de tres días que no son mías y tirar colillas de cigarrillo que tampoco son mías. Así que ahí las dejo y observo al responsable, lo observo detenidamente, le hago una mención diplomática al respecto y cuando veo que no piensa responder… entonces dejo que se haga más cochinero. Nademos en basura, puercos, en su basura. Al final, acabo alzando, después de todo… es también mi espacio.
Mi cuarto es una historia distinta, de vez en vez, alzo y acomodo. Hago unas limpiezas extraordinarias y se queda hermoso durante meses… el problema es, el intruso esporádico. Mi hermano Hugo, por ejemplo, cuando viene de Colima a quedarse. Las primas, también. Es entonces que hay que reorganizar el espacio de tal manera, que todos quepamos. Y pues son visitas que no recibo frecuentemente, así que dejo que hagan lo que quieran.
El problema, es cuando el intruso se va y parece holocausto nuclear. Como acabo de explicar… espero a que el intruso levante lo que dejó. Ya es inconsciente, sé que no regresará en unos meses y aún así, ando moviendo mis ojitos de un lado a otro, mirando alrededor y haciendo notas mentales: Bien, le diré a Hugo que alce esto, si… a Hugo. ¿Hace cuánto que se fue? Ah, unos meses, no importa… regresará algún día y lo primero que haré es decirle que alce.
En ese periodo, mi cuarto es mío y no-mío. Todo lo que ocupo, lo dejo por ahí (mis libros, las copias de la universidad, mi cantidad limitada de gorras, mi ropa interior, je, mi ropa en general, mi cartera, las monedas de diez y veinte centavos). Y es cuando pienso: Ajá, veamos… Hugo vendrá tal vez, en estas vacaciones de verano, aprovecharé cuando venga y podré alzar lo mío y diré que tiene que alzar lo suyo. Si, eso haré….
¿Quieren conocer el resultado de unos meses, de ese tipo de pensamientos estúpidos? ADVERTENCIA: No apto para personas amantes de la organización, la limpieza, la moral y las buenas costumbres.
Oh si. Si. Miren nomás eso. Si miran con cuidado, encontrarán a la rata que se inventó mi mamá por ahí, nadando entre los escombros. Bien, como me dio en el corazón la certeza de que Hugo no regresaría en un rato y también, de que ya no estaba viviendo como un ser humano, decidí escombrar. Eso y que decidí meter la computadora en mi cuarto. Todo empezó el sábado en la noche.
Primer movimiento: Quitar la cama extra que fungía como ropero provisional, mueble para tener la lámpara y el despertador y mesita para café. Eso no fue difícil, junté la ropa en un solo lugar, alcé la cama y la saqué a la calle, le prendí fuego… ya saben, por si las pulgas.
Hecho el primer movimiento, suspiré fuertemente, de repente había mucho espacio, si… harto espacio. Aproveché para alzar mi cama, alzar los libros y la ropa en un lugar. Una barrida y una trapeada, wow, que diferencia. Regresé la cama a su lugar. Salí a la sala y desconecté la computadora —y sus artilugios— rápidamente. Quité la mesa plegable (como pesa la condenada) y me la traje para acá… el espacio que había hecho, se esfumó. Bien, bien, no importa… pronto tendrás la computadora aquí.
Me dediqué a conectarla, pacientemente. Y después pensé: ¡Ajá, el internet!
Ajá… el internet.
La caja del DSL estaba demasiado lejos, me puse a pensar rapidamente soluciones… ok, ok, tengo cables de 7 metros y una extensión para cable telefónico, no hay problema. Armé mi desmadrito y comprobé, efectivamente, que no funcionó. La extensión que servía para juntar los dos cables, de alguna manera, no le agradaban a la mantarraya.
Bien, bien… son las 11:30 de la noche y no hay forma humanamente posible de conseguir un cable telefónico de 30 metros a esta hora Agustín. Suspiré derrotado y me conecté desde la laptop un rato, después… me fui a dormir.
Lo primero que hice al levantarme este domingo, fue salir a Aurrerá y buscar mi cable de 30 metros. Les hice berrinche, sólo había de 15 metros, aunque sabía, de alguna manera mística… que el cable de 15 metros arreglaría mi vida. O si no, tendría que sacar de nuevo la computadora a la sala… ESCALOFRÍOS ¡No! ¡No! ¡No! ¡Quiero la computadora en mi cuarto! ¡¡¡MAMÁAAAaaaaaa!!!
Llegando, probé con incredulidad el cable (pensé que en vez de la extensión, pudiera ser la distancia… absurdo, si, pero estudié física alguna vez en prepa y algo de que la distancia desmejoraba no se qué con qué. Claro que si agregamos a eso, que reprobé física las dos veces que la estudié en la preparatoria hasta llegar a algo terrible llamado extraordinario…). El cable funcionó y me sentí bendito. Contento, me puse a acomodar el cable para que llegara hasta mi cuarto y los pies de los invitados lo trataran bien (es más, que ni lo trataran, lo puse por arriba). La pura talacha.
Ya conectado, la principal motivación para alzar este arrumbadero, sonreí contento. Bien, ¿qué falta? Ah si, la ropa, los libros tirados, ¿qué es eso que se mueve ahí? Oh, diablos… está grande, es realmente grande, baboso y pegajoso… no mames… es gigantesco. Preocupado, seguí a la cosa que se movía entre mis libros y mi ropa tirada, abrió una puerta que no sabía que existía en mi cuarto y se arrastró, yo le seguí cautelosamente. ¿Qué diablos?
T-T recordó que tenía un armario y T-T se iluminó.
Me metí al armario y la cosa pegajosa creció de una manera impresionante, intentó matarme, si… pero nada me detendría. Con una furia que no sabía que tenía, le golpée y me le aventé encima. Le di unos chanclazos potentes que la dejaron tumbada y le pisé, le pisé, le pisé. Mi armario ya era otra vez mío. Ja, pinche arañita, ejem, digo… pinche cosa gigante, pegajosa y babosa… ¡Creía que me vencería! (Debo asegurarme de editar esto).
Habiendo recuperado el armario, el siguiente paso fue alzar la ropa. La limpia, en cajoncitos, la sucia, tirada en un solo lugar para asegurarme de lavarla (ya que no soporto tener ropa sucia). Harta ropa sucia, mal mal mal. Ahora entendía porque ya no usaba mis suéteres enormes, ni otras playeras que creí se habían perdido en la dimensión de las cosas que antes-usaba-pero-ya-no-uso-porque-no-sé-donde-las-dejé.
La ventaja fue que descubrí como cinco o seis playeras nuevas en mi repertorio, y uno que otro calzón. Bien T-T, bien. También… es increíble la cantidad de moneditas de veinte y diez centavos que encontré por ahí. Hasta pensé que bien podría comprarme una alcancía y ponerlas ahí. No me haría millonario, pero al menos me alcanzaría para la torta de emergencia.
Lo más difícil fueron los libros. Me improvisé un librero, utilizando mis cubos. Anotación mental de cosas que debo comprar: Primero los zapatos (lo que se dicen, zapatos), luego la mochila y después el librero. Tiré enemil copias de cosas que ya no estaba leyendo en el curso, ropa vieja y cosas que realmente ya no usaba. Todo quedó, al menos, alzado y organizado. Lo único que falta es la ropa.
Y de paso, ahí acomodé los muñecos.
¿Por qué los conservo? No lo sé, la mayoría pertenecieron a Hugo. Los únicos dos que tengo para mi son el Duke Nukem y el PigCop que por ahí andan volando.
Ya, habiendo terminado lo general, pensé que ya necesitaba algo de ruido en mi cuarto… fui corriendo por las bocinotas y por sus respectivas mascotas. La ardilla se llama Copérnico y la mutante se llama Cirila. Mucho gusto.
Fue todo por hoy, muero de sueño.