Es que toda su vida lo había sido, lo supo desde el momento en que vio aquella silueta femenina –la hija del embajador: Vanessa Van Wright–, en la ventana y confundido miró un lienzo que le perteneció a un pintor vagabundo. ¿Él lo había pintado? ¡No, indiscutiblemente él pintaba mejor! Y sobre todo… pintaba turbias pasiones en los cuerpos femeninos, los cuáles conocía a la perfección. Se sabía los siete puntos erógenos-karmáticos y sabía torcer la lengua como el colibrí. Se le cayeron los bigotes y dejaron un rostro varonil, pulcramente afeitado; el cabello se acortó lo suficiente para decir que llevaba un casquillo corto a la vieja usanza y con un poco de copete por ahí; los ojos se le hicieron de un verde intenso y las cejas, espesas; los músculos se marcaron de gotitas de sudor seductoras, en una tez que se tornó bronceada; los labios se le engrosaron y hubo otra parte de su cuerpo que crecío un poquito, digamos que unos… ejem, veinticinco centímetros.
Veinticinco centímetros reposando. Ahí tá, imagínense, ¿a poco no es un burrito en potencia? ¡Es que no podía significar otra cosa! El sexo experto descubrió, finalmente, el sentido de su existencia: complacer a las mujeres y demostrar que era el chingón de los chingones.
Caminó como un Titán hacia la casa y la mujer presintió al sexo experto, desde que le escuchó subir las escaleras. Es que el hombre emanaba sexualidad, testosterona y quien sabe cuantas hormonas más. Perfumadito de azahares por naturaleza, el humor alcanzó las fosas nasales de Vanessa Van Wright. Esta sería una noche… una magnífica noche, ella podía intuirlo. Entre sábanas le esperó ansiosa, como un temblor sus pasos que se escuchaban en el pasillo, suspiró y al ver el vapor que emanaba de ella, apenas notó el calor que hacía en la habitación… lo bueno es que traía el baby doll que compró alguna vez en Alemania. Un baby doll rosa muy… adecuado para la situación. Juntó las piernas, nerviosa por la anticipación y entre-abrió los labios, exhaló deseo.
Y eso… que él no había entrado.
(a.h.u.e.v.o.)
La puerta se abrió sola para permitirle pasar, él jamás hubo de tocarla y así como no tocó a la puerta, no necesitó tocar a Vanessa para que esta exclamara en una mezcla de pasión y sorpresa. Él entró a la habitación y después la puerta se cerró, a las narices de nosotros espectadores que esperábamos ansiosos una escena cachonda.
Pero como no tengo ganas de escribir sexo del más puerco, indecente, pasional, gozoso, cabronsísimamente exilorargásmico que existe… y no es ad hoc a nuestro héroe, cuya dominio de la profesión intuimos es perfecto (así como hemos intuido el dominio de las profesiones anteriores)… únicamente he de transcribir los efectos de sonido, que en su mayoría es diálogo de nuestra querida hija de embajadores.
Aviso 1: tápele los ojos a su hijo o hija.
Aviso 2: Vanessa Van Wright, como era de esperarse en un escrito de esta clase (no me consta así en la realidad, puesto no conozco hijas de embajadores… sin embargo, si contamos que personas “distinguidas” como las Hilton hacen sus cochinadas turbias para que cualquier persona, como usted, como yo, como el México real y de hecho, internacionalmente, las comparta por la red… entonces, ¡figúrense nomás!)–: hija de embajador, boca de trailero.
Transcripción–: Mein Gott! ¿Pero quién es usted, al qué parece que he esperado toda mi vida? ¡Ay, pero qué es eso que tiene bajo los pantalones! Es el primero que conozco con tres piernas… ¿pero usted no ha visto a un pintor, con el qué me iba a casar mañana? No, no… péreme… ay, ay… pereme tantito, no se me acerque tanto que no me he prendido… la calefacción, digo. ¡Hace un calor terrible aquí! ¿No le parece? … yummm, para qué quiero un pintor con semejante… brocha gorda para mi solita… a ver, este, ¿cómo se llama? ¿Ummmm? ¿No tiene nombre? ¡Ay, debo estar en el cielo! ¡No habla, este es el hombre de mis sueños! ¿Pero abre la boquita para otras cosas? ¿Digo?
Sonido de alguien que se sienta en la cama.
Balbuceo de Vanessa–: A mi en un tiempo me dijeron la rompe-catres, ¡Ay no! ¡No! ¡No quise decir eso! Quise decir, que en un tiempo me dijeron la rompe-cartas, porque verá… yo era muy buena en el póker, eso es muy raro, ¡Ay mi Dios!, espéreme… no se me acerque tantito… no, bueno… si, acérquese tantito, creo que tiene una basurita en el ojo. Achtung! En realidad no sé alemán, no sé mucho quise decir, pero mi papá me mandó a escuelas, digo… no aprendí nada, sólo a apreciar la buena carne… ¡CLASE! ¡QUISE DECIR CLASE! Me pone usted muy nerviosa con esos ojos que tiene, no sabe.
Reiteración de la Advertencia 1 y preludio a la Advertencia 2.
Foreplay–: ¡Pero quién le ha dado permiso de que con sus labios jugositos y carnosos me esté humedeciendo el cuello… ay… dió… sígale, sígale, ¡no pare! En la escuela me decían que debía ser una damita fina y recatada, usted sabe…
Advertencia 3: Deja de leer, pinche puberto. ¡Anda a hacer tú tarea huevón, que ya empezaron las clases!
La gozosa de Vanessa Van Wright–: Pues yo pensaba: ¡No mamen! ¿Y sabe por qué yo pensaba eso? ¡POR QUE YO LES DIGO CON SU PERMISITO, YO SI MAMO EH? ¡Ahí le viene el pancito de mis labios a su choripan! Véngase papacito, que desde hace rato se la estoy mirando y nomás se me antoja.
Efectos de sonido imposibles de describir, a excepción de que se imaginen una aspiradora orgánica.
Caliente, caliente–: ¡Pero que si usted no se queda quieto! ¡Ay muévele la lengua a la puchurungunitarita corazoncito que se me está! ay, ay, ay… ¿Esas manitas? ¡Pero a dónde me vas a poner esas man… AYYYYyyyyyy…. ahí déjalas mi rey santo y adorado, que me muevo, me muevo… ¡eso! ¡Dómame tigre! ¡Castígame! ¡Qué me duela! AYyyyyyyy papito rico, chulito, ¡qué digo chulito si está bien chulote!, ¡qué no me hagaaaaaaaaaaa esooooooo! ¡Ay coño! ¡COÑO! ¡Que me la empuje más adentrito! ¡Uuuuuuufffffaaaaaaaaaaaa! ¡Por la sonrisa de Luis Miguel y todos sus imitadores, que esto me está gustando! Ay no papi… primero se toca, por ahí se toca antes de entrar, ¡AYHIJOESUPINCHEMADRI! ¡Ay por los veinticinco centímetros de mi profundo interior desconocido y no sé que coños estoy diciendo, pero muévete papi, muévete! ¡UNF! ¡UNF! ¡UNF! ¡UNF!
Así… transcurrieron las horas hasta el amanecer.
Conste–: yo les advertí.
En fin, nuestro querido y bien-amado sexo-experto salió de aquella habitación, dejando a una mujer medio enloquecida de lujuria, babeando la almohada y con una estúpida sonrisa de satisfacción desmedida. Un nuevo propósito se forjó en su alma y ¡es qué con tanto diálogo de ese estilo, cómo no se le iba a ocurrir!.
En su siguiente vida, sería el párroco de una iglesia. Pues le dijeron santo, padre, y tantas cosas, que se la creyó.
¿No me creen? ¡A mi qué me dicen! Puaffffffft.