Cuando abrí los ojos, Eva todavía estaba ahí, usando una de mis camisas como única ropa. No había tenido sexo con ella, o no lo recordaba, no sé cuánto había bebido. Cuando abrí los ojos, busqué mis lentes pero no los encontré, vi el borrón de Eva con una taza de té, sentada en el sillón conmigo, mis piernas en las suyas, su otra mano sostenía lo que parecía un cuaderno. Si mis instintos no me engañaban, era uno de los diarios que contenían lo más sorprendente en mi vida, lo más inesperado. Aquellas cien noches que empezaron a registrarse. Mi cumbre y mi fondo. Cerré mis ojos y escuché la taza de té aterrizar en la mesita. La mano de Eva empezó a acariciarme las rodillas y después el vientre. Me dolía la cabeza, no quería hablar, sentía las colillas del cenicero en la garganta. Cerré los ojos y traté de dormir, mientras sentía como me cosquilleaba el vientre, con los dedos de Eva toqueteando juguetónamente el cierre.
–La noche del Francés –leyó Eva en voz alta–, me hizo comprender donde estaba, que esto iba en serio. Al mirar la facilidad con que compartía su sexo con uno, y que esto podría estarlo haciendo con otros, y como esto lo hacía por entretener a un grupo de gente, me hizo comprender que incluso algo tan íntimo podía ser fingido o actuado. Entendí la estrechez de mi mente y entendí que lo mío siempre sería privado, si acaso dos personas nada más. Comprendí que yo siempre sería un espectador o un actor discreto, que yo no sería capaz tocarle las tetas para inmediatamente después, sonreírle a la cámara. Yo no sería capaz de grabarnos un video para disfrutarlo con los amigos. Todos notaron mi silencio, mi rigidez. Marcos no dejaba de ofrecerme una soda, sonriendo un poco, no sé si sentía pena por mí o si se estaba burlando, como Almaguer –Eva suspiró, abrió el botón de mi pantalón, subió mi playera, me acarició el estómago–. A los pocos minutos, entré a tu habitación, ¿recuerdas? Y te pregunté que te había parecido.
Entrecerré los ojos, Eva continuaba siendo un borrón. Mis lentes, quería mis lentes y mi vientre cosquilleaba en respuesta a sus caricias. Me dolía la cabeza, lo que menos deseaba era recordar la noche del Francés. Eva dijo que se quedaría una noche la tarde que llegó a verme, sin embargo, de buenas a primeras, al siguiente día me pidió permiso para quedarse y que no quería un hotel. Que procuraría no molestarme, que estaría cenando varias noches con viejas amistades y que si quería, podíamos cenar juntos el veinticino o hacer algo, lo que yo quisiera. Estaba borracho como siempre y me sentía solo, así que no pude negarle nada. Mis padres habían muerto hace unos años y no tenía a nadie para festejar. Si acaso acepté fue para no quedarme solo. La presencia de Eva fue muy discreta, tal como ella lo prometió. El veinticinco aceptó acabarse una botella conmigo, mientras escuchábamos música navideña y nos reíamos, contando chistes estúpidos.
–Creo que estabas escribiendo esto cuando te lo pregunté –dijo Eva–, porque cerraste la libreta, me miraste como si fuera una rareza y me expresaste que te había parecido muy bien de la manera más seca posible. Yo me reí como nunca al ver tu cara, los del grupo me habían contado como te habías puesto, pero al verlo tan cerca no me la creí. ¿Piensas hablar de eso en tu bitácora también?
–¿Cuál?
–La de internet.
–Oh, has estado ocupada –le dije–. ¿Te molesta que lo haga? Incluso te cambié el nombre.
–No me molesta, si con ello abandonas la idea de usar esa pistola mejor.
–¿En serio quieres detenerme?
Vi el borrón de la sonrisa de Eva.
–Siendo honesta, no creo que tengas el valor para hacerlo, así como no tienes el valor para negarme lo que estoy haciendo, así como no tuviste el valor para negarme aquella noche que me envió Almaguer para tranquilizarte –la borrosa mano de Eva bajó el zipper, o la cremallera como dirían en su patria y buscó debajo de mis pantalones, sentí su mano fría, tranquilamente empezó a acariciarme por encima de la ropa interior. Tenía razón, no pensaba decirle que no, el cuerpo lo haría, me dolía la cabeza, estaba crudo, no se me levantaría nada–. Nunca has tenido el valor para hacer nada, es por eso que estas donde estas, pero no vengo a deciros mi verdad sobre ti. Aunque estas escribiendo la bitácora en la internet y es distinto a lo que leo aquí. Puede que te cures. ¿Quieres qué me quede contigo hasta que termines?
Los ojos borrosos de Eva estaban mirando a los míos, hice una mueca, no sé cual y ella solamente se rió. Sus dedos jugaban al gato encima de mi ropa interior y, aún esperando que mi cuerpo se negara para evitar decirle que no, este se rebeló e hizo lo que quiso, ella lo tomó con sus dedos, por encima de la tela y empezó a masajear. Aquella noche, cuando Almaguer la envió a tranquilizarme, si tenía lentes y pude empalmar los recuerdos. Pude empalmar su rostro, su cuerpo solamente vestido con una bata, estaba nervioso todavía por lo que había visto con el Francés, no podía dejar de imaginarme su mirada retándome, el arco de su espalda retorciéndose, sus gemidos.
–Quítate los pantalones, es una polla y ya. Me dijo, muy seriamente, Eva. Pío Pío. Y luego no escribiste lo que pasó después, pero te lo puedo recordar. Puedo recordar tu rostro sólido, tu vaso de whisky a medias, tu cigarro consumido, el silencio que me respondiste. Me quité la bata, me acerqué a ti y me arrodillé. Te rodeé las nalgas con mis brazos, te acaricié con la cara y tú seguías rígido en todo el cuerpo. Desde entonces hasta hoy, la rigidez existe, en algún lado, yo creo que en tu espíritu, si tal cosa existe. ¿Hay alguna manera de suavizar tu espíritu? Y restregué mi cara contra tus pantalones, hablando de rigidez… y podía sentirla, podía sentir el calor que emanaba de allí dentro. De lo que se perdió la putita aquella, ¿Lorena dices? Porque pude intuir de que estabas hecho, pude intuir con tu sexo, traspasando el olor a whisky, atravesándote por la piel. Tú lees a las personas con tus ojos, yo los leo con la boca.
El borrón de Eva sacó mi borrón de sexo y lo metió en su boca borrada. Todo parecía en paz, todo parecía la unidad profética. Lo mismo hizo aquella vez. Me rodeó con sus labios y empezó a robarme algo. Empezó a borrarme el frío en los huesos, que me dio al verlos platicar a todos desnudos. Y también, con la boca se llevó su imagen de gata sonriente, que cerraba los ojos con cada embestida del Francés. Es como si ella me hubiera dicho cariños al oído, eligiendo entregárselos, más bien, a mi sexo, platicándole frente a frente, piándole a la polla de cerca. El borrón de Eva y los labios que se hundían, la humedad… ella tiene razón, aquí adentro se conserva algo imposible de alcanzar, inclusive por mí. No puedo siquiera disfrutar una mamada sin estar pensando, sin estarla analizando, sin querer otorgarle líneas de separación a la carne borrosa. Y aún así se sienten las pulsaciones en los testículos, en el vientre, se siente la lengua y la humedad y la carne, como si fuese autónomo, como si estuviese separado de mi cuerpo. Y se sintió aún, como aquella vez, la erupción de mi semen en su boca. Recuerdo su cara de esa noche: una polla es una polla. Y no pude ver sus ojos, como aquella vez, dos brillos difusos que pretendían ser sus ojos, creo que su mano se limpiaba la cara o se llevaba los restos a la boca y la garganta. ¿Qué se yo?
–Pobrecito –dijo Eva–, pobrecito pobrecito. Que tu sabor me dice lo perdido y solo que estas, me dice lo cobarde que eres, me dice que cuando venga el momento no serás capaz de tomar esa pistola y darte un tiro.