Si estoy aquí, escribiendo esto, es porque no me levanté para ir a mi clase de lingüística. Y si no me levanté hoy a mi clase de lingüística, quiere decir que no hablé con mi profesora. Y si no he hablado con mi profesora, es porque no le he pedido que me repita el examen. Tengo la esperanza vana e ilusa, de poder presentarme con ella la próxima semana, y hablar como un adulto civilizado. Claro… otra vez, un adulto civilizado que no se levantó temprano para su clase. Se me hace tan infantil a veces mi manera de comportarme… tengo veinticuatro años, y sigo jugando a perseguir a los profesores para que me den chance de hacer un examen que no presenté.

Soy un irresponsable con esa materia. Sé que no me gusta, pero sé que debo hacerla. Es la diferencia entre el adulto y el niño. Al niño se le enseña que debe hacer lo que no le gusta para ser aceptado dentro de una sociedad, y así le venden la idea de que si hace lo que no quiere puede comprar lo que si le gusta. Castigo y premio. El niño se tortura durante unos veinte años de su vida, en lo que se le ajustan las hormonas, se le calman los instintos y se vuelve, pues, un adulto apacible y productivo. Pensé que una experiencia tan entretenida como la mía como vivir por mis propios medios durante casi dos años me habría puesto en cintura. Pensé que trabajar desde los dieciocho años habría cambiado en algo mi actitud ante las cosas que no me gustan. Pero fácil y rápido: si no me gusta, no lo hago y ya.

No es cuestión de gustos, es cuestión de responsabilidad. Me pondré el disfraz de adulto responsable, hablaré con mi profesora la próxima semana y si no quiere presentarme el examen, pues ni modo monín, tendré que repetir la materia dentro de un año.

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Ayer en la noche, me encontré una cucaracha del tamaño de mi dedo pulgar vagando sobre la mesa. Ya he hablado del pavor que le tengo a esos animaluchos. Si puedo trozar el craneo de una rata, por ejemplo, no debería tenerle miedo a un animal más pequeño. Incluso he aprendido a convivir con las múltiples arañas que viven en esta casa, anteponiendo mi ridículo temor a esos bichos, y si me molestan demasiado ya puedo aplastarles con la mano. Sin embargo, las cucarachas (como los cara de niño) tienen un no se qué… me le quedé viendo un momento y luego, le hablé al hombre de la casa (mi hermano de quince), para que la matara. En lo que él la espantaba para que se bajara de la mesa, buscaba una vez más los orígenes de mi temor absurdo. Es como un reflejo condicionado: Si tengo miedo, necesito saber por qué lo tengo, cuando el miedo esta en sus altas, puedo encontrar mejor sus orígenes.

Y pasa que sólo acabo entendiendo mejor el miedo. Sé que le tengo miedo a los movimientos que parecen erráticos. A los movimientos impredecibles. Los bichos en general tienen ese tipo de actitudes: Se mueven en todo el espacio disponible, mueven todas las extremidades en un tipo de control que sólo ellos pueden comprender, por ejemplo, las arañas que mueven todas las patas cuando bajan de la telaraña, o cuando están sobre una hoja y se mueven muy despacio, hasta que viene un mosco y lo atrapan con las tenazas, las cucarachas cuando estan quietas y mueven las antenas para analizar el espacio que tienen por delante y después se mueven, a velocidades las cuales no comprendo. No comprendo porque a veces se mueven lento, y luego más rápido. O las abejas y los abejorros, que no vuelan como las aves, sino que lo hacen como en zig zag, y además hacen un escándalo para acompañarlo, es imposible no prestarles atención. Puede ser ese mi verdadero temor: descubrir una verdad detrás de los movimientos impredecibles de los insectos.

La cucaracha se escapó, se fue detrás de una de las cajas que esta a un lado de la computadora. Esa noche la apagué y nos fuimos a dormir. Declaré perdida una guerra. Mi hermano y yo platicamos un poco de los miedos que tenemos hasta que se quedó dormido. Yo sentía un cosquilleo en varias partes del cuerpo, recordándome que la cucaracha estaba afuera, escondida en algún lugar. Decidí prender el playstation II, no podría dormir hasta que olvidara mi pequeño miedo, y me perdí durante unas horas, hasta las tres de la mañana, en otro lugar.