Si Fest tuviera que seguir contando la desgraciada historia de cuando buscó a su cacto, no sabría separar el mundo físico, aquel que contenía sus verdaderas responsabilidades, sueños y temores, del mundo espiritual, donde parece que el predominio de esta historia reside. Aunque es deber de Fest (y mío también) recordarles que ambos mundos están delicadamente entretejidos y que ninguna cosa que pase en un mundo es independiente del otro. También gusta en recordarles que si inicia la historia con cierta noción de deber, en vez de placer, es porque piensa que ambos están unidos y que para él, un compromiso surge de ambos estados: deber y placer, aún cuando parezcan separados, sin relación alguna.

Este camino, entonces, será llamado el camino del compromiso.

Aquella noche que Fest despojó al lobo de su colmillo, y que usara este mismo colmillo para romper una cadena invisible siguiendo instrucciones ambiguas y mucho de su instinto, el niño Torres invitó a ambos al descanso para iniciar en la tarde del día siguiente, el camino de su búsqueda. Kromg asintió, más cansado por la pesadez de descubrirse por fin libre, que por el dolor y las dos horas que tardaron en quitarle su colmillo. Se echó en el piso y su presencia dormida se confundió con el suelo de concreto. Torres regresó a su departamento y Fest, antes de entrar al hoyo negro, su departamento sin luz eléctrica, sacó un cigarro y lo prendió.

El cigarrillo sabía algo metálico y se dio cuenta que sus manos, así como parte de su ropa, estaban manchadas con la sangre del lobo. Por su bien, trató de ignorarlo y se concentró en su cigarro, sin pensar en nada más.

Pero no podía dejar de pensar en el lobo, en el niño y en que debían buscar a Bob, el cacto. No estaba seguro por que, pero después de extirparle un colmillo a un dios menor, pensaba que lo menos por hacer era intentarlo. Se corrigió: hacerlo hasta el final. Ningún hombre se sometería a sufrir dolores como esos a no ser que estuviera comprometido (aunque, el lobo no era un hombre). Lo miró dormir unos minutos y se dio cuenta que su pelaje estaba gris y tristón. Se volvió a corregir: ni siquiera un dios permitiría el dolor si no se comprometiera tanto a sufrir como a gozar la consecuencia de sus actos. Vease la crucifixión de Cristo.

Fest escuchó un quejido del lobo y le miró estremecerse.

Para que Fest continuara hablando de este camino tendría que definir el compromiso. Y el compromiso, de no ser por el zen, debía ser la putada más grande del mundo: el ser humano cuando se compromete sujeta sus instintos a una ley, hecha por si mismo o por varias personas. Si esta ley es sirviente de una paz universal o una mejora económica, es independiente a que continua siendo una putada. Cuando una mujer nace, por ejemplo, su primer compromiso es el sexo que tiene entre sus piernas y eso la llevará a comportarse acorde a una ley de género, implícita entre los seres humanos y su condición social. Después, es llevada a que escuche como un juez y su secretaria le inculquen un nombre que esta comprometido a su género y al gusto de sus padres, es decir, la niña se llamará María, y María, como en la Biblia, será una mujer de ejemplo moral y religioso, y como su abuela, será una mujer luchona y firme, y como sus apellidos dictan, su compromiso esta en estudiar medicina y tener dos hijos, uno que se llame Ernesto (como el abuelo y padre), y Silvina (como la madre). El destino de María será duro porque si no acepta complacer el futuro que viene implícito desde antes de su nacimiento, entonces debe buscarse una nueva identidad, un compromiso más difícil, porque es otra vida que le será más criticada y más obstaculizada a si hubiera elegido un camino ya trazado. En si, haga lo que se haga, uno pierde y no es hasta el final del camino pueden evaluarse las recompensas de haberse comprometido. Sin embargo, si uno diera rienda a sus instintos, si uno decidiera a través de un mero impulso animal: como carne cruda porque quiero y cojo porque se me antoja, uno estaría negando el primer compromiso de todos que es hacer uso de la razón. ¿Y no pasa, de cualquier manera, que tienen que alimentarse con el pensamiento esos impulsos y que uno se convence de coger por antojo y deseo, firmando así, un compromiso propio con la carne? Aún si por error uno expresa una razón egoísta de hacer las cosas, continua siendo una razón: cojo porque quiero, y como siempre he cogido porque quiero, debo hacerlo, ese es el compromiso con la persona que soy, es mi deber.

Puro sufrimiento, pensó Fest, es entonces que…

…Cuando el hombre era menos crítico de las cosas, y se preguntaba solamente el cómo y no también el por qué, aceptaba la noción del compromiso simplemente como un deber. Pero el post modernismo, nuestra zorrita actual de minifalda y lentes, nos ha inculcado también varios niveles de placer en el concepto. –¿Cuánta felicidad traerá a mi, y a los otros, la decisión que estoy a punto de cometer? –pregunta la zorrita meneando las nalgas, enseñando coquetamente las bragas. –¿Esta bien negar a mi súper yo, si el ego hace esto para complacer a mi padrote? ¿estoy dispuesta a sufrir tanto dolor? ¿o acaso, disfrutaré mi dolor por el bien mayor? ¿esta bien que sea consciente de mis acciones? ¿mártir o villana? –y la nena guiña el ojo y enseña las tetas. Puro sufrimiento, insiste Fest.

Son estas preguntas, piensa Fest, que obligan a las personas agobiadas a buscar las respuestas en horóscopos, manchas de café o en el cara o cruz de una moneda. Incluso él ha preferido dejar muchas decisiones a la suerte y encender el piloto automático porque sabe que prefiere ser no responsable de toda bendita acción en su vida. Aunque claro, las decisiones más importantes son inevitables: el color de playera, de sus calzones y el número de tazas de café que se tomará en el día.

–Pero las cosas no pueden ser tan sencillas –dijo el lobo entre sueños, Fest le miró con los ojos entrecerrados. Buscó entre sus bolsillos y encontró una caja que contenía un anillo de compromiso, la abrió y miró un anillo de oro, de catorce kilates, con dos hendiduras de propósito estético al costado del brillante. En esa piedra se encerraba uno de los compromisos más curiosos de toda época: el amor. ¿Y qué se supone que compromete la piedra? Fest se le quedó mirando durante un largo rato.

–Pues… –Fest entonces rompió una cuarta pared que ni usted, ni yo, sabíamos que existía. Nos mira y nos sonríe, quebrando estructuras de tiempo y espacio–. Si me preguntan, no lo sé, mis mejores ejemplos a cuanto piedras de este tipo, son mi abuela que fue abandonada por su marido a pesar de seis hijos, también esta mi tía que se la pasa sufriendo unos broncones con su marido, y mi tío, que fue engañado por su esposa para servir de proveedor a sus cuñados y ella tuvo el descaro de refocilarse todavía con el contador. Eso significa la piedra: te aguanto hasta que te aguante. No es que mi familia tampoco tenga culpa, somos tan extremos y neuróticos, que impulsamos a nuestros queridos al límite de sus capacidades. Eso creo, que podemos destapar la verdadera naturaleza del ser humano a base de compromisos. Eso, si es que no puedo encontrar otro camino que el ejemplificado. Me niego a creer, tal vez ingenuo, que los altibajos de un matrimonio siempre estarán marcados por una infidelidad o una parálisis facial de tanto enojo. Que la base de un matrimonio persiste para cuidar la siempre frágil salud mental de todos los niños, como si todos necesitaran cuidados especiales.

« claro que es estúpido pensar que cuando di este anillo –porque lo entregué hace varios días– que todo será miel sobre hojuelas. Pero también la estupidez radica en el temor de que no podré adaptarme a esa vida, sin intentarlo siquiera. ¿Qué es lo que verdaderamente se pierde con el matrimonio? Sólo lo que tu permites y te permitan. El rito es sólo un rito y tiene la importancia que tu mismo le des. Mi compromiso con esta piedra, entonces, ¿cuál debe ser? No lo sé todavía. No es un compromiso económico a largo plazo, porque carezco de herencias y fortunas, eso no evita que trabajaré no sólo por el placer de comprarme mis cigarros, sino para formar un hogar estable (sea lo que quiera decir en la jodidez de este mundo) y eventualmente poseer un lugar donde mis chilpayates corran. Mi compromiso de cariño, de tener los suficientes huevos para soportar tristezas cuando no queden sonrisas, el compromiso de arrodillarme y olvidar cualquier soberbia o altanería si la relación lo necesita. Es un compromiso de no rendirme, de conservar mi sexo duro y contento para una persona. Ay no sé.

» La piedra me compromete, nos compromete, a ampliarnos el nombre y guardarnos sueños individuales que no puedan ser cumplidos en pareja. A no ceder siempre a lo que el otro quiere y aceptar que cualquier decisión mínima puede afectarnos a los dos. ¿otra cosita? Que no puedo ir a comprar un helado sin preguntarte primero y si lo compro, me siento con el deber de avisarte antes o después me encargo muy bien de que no lo sepas. ¿No? La piedra nos dice que tu matarás insectos y yo ratas, que aceptamos que no somos perfectos y el otro suple las actitudes carentes, es nuestra supuesta presentación en sociedad, como el hermafrodita ya completo y pensarán en nosotros, como la posible imagen del cantar de los cantares. Y si nos va bien, amorcito, nunca abrazarás a otro hombre con mi sombra y yo no tocaré las nalgas que inocentemente miraba de paso. Que si nos va bien, ningún chamaco impedirá el juego amoroso y lo integraremos con honor a la familia, no solamente presentando una imagen de proveedores. Si el tiempo, el espacio y la música sigue tocando, lujosos y discretos, diremos que lo nuestro continua siendo amor del bueno sin ningún pensamiento asesino donde cuchillas, veneno, ratas hambrientas, caníbales africanos y un coche caído del cielo aplasten el corazón del otro.

» Y te prometo por esa modesta piedra que, pues, no me convertiré en un hombre aburrido que tome cerveza y vea porristas de futbol americano cada domingo, si tu no me sales con un camisón enorme y una mascarilla de aguacate y pepinos. Si nos va bien amor, pensaremos en la vejez de nuestros cuerpos como algo hermoso y presumiremos las lonjas y las manchas para dejar ciego a un pelado, cuando hagamos el amor cerca de la ventana. Pero si no te parece mujer, vémelo diciendo para hacerlo con la luz apagada, pero nunca, nunca, me quites el placer de hacer el amor contigo, y tampoco de pellizcarte las tetas y las nalgas, por más guangas que se nos hagan. Ni tampoco me quites las charlas de libros renegados, ni de lavado de dinero, ni tus teorías fumadas con yerba de la buena donde todo se mueva en base a tus letras presentes, ¿si no, cómo me inspiraría después para escribirte esto? Y tampoco dejes de jugar a la Estefanía, a la Ancalime o a la So Chi Pil de alguno de esos cuentos orientales raros que luego te lees, ¿por que luego como hago para cachetearte y que Sol María vuelva a la tierra que pisamos ambos? Si prometes no abusar de las respuestas ambiguas que luego me das, en vez de decirme que no o que si, prometo descubrirte todo lo que callo en mis silencios necios. Si prometieras ya no hacerlo definitivamente, entonces me pondría un traje y busco trabajo ahora mismo para hacernos millonarios y olvido toda necedad de seguir escribiendo como si de verás significara algo. Pero no lo harías, te conozco, reconozco y acepto, tal como tú lo haces conmigo. Tal como lo hicimos cuando te puse un anillo en tu mano, diciendo que había olvidado los discursos y lo mejor que pude hacer, fue ponerte el anillo en el dedo y preguntarte cagado de miedo, recordando un chiste local, que si querías ser mi vaquita para marcarte con el hierro.

» Dijiste que si, nos terminamos la botella de vino y luego pensé: “que bonito sería si pudiese llevármela a un motel con jacuzzi, haríamos entonces el amor en la tina y adormilados, despertando al día siguiente, jugaríamos a que ya estamos casados”. Pero perdóname amorcito, no pude quedarme y no sólo evité la invitación por la educación y las buenas costumbres, sino porque después que dijeras acepto y te limpiaras la lagrimita, dije con tono sereno y calmado: tengo un compromiso con un niño genio y un dios olvidado para salir a pasear y encontrar mi cacto, si no lo hago mi alma se consumirá en los infiernos y no podremos casarnos. Te reíste mucho, pedimos el postre y cuando nos lo acabamos, me dijiste: “ándale pues, vete con tus amigotes”. Nos besamos, y como un héroe sin igual, te prometí que regresaría para casarnos, que ningún otro amor me hacía tanta falta como el tuyo y mis pobres cursilerías, mejor las acabo aquí para no redundar lo obvio, que nos amaremos la vida que nos dure y nos comprometemos a soportarnos hasta que se nos ocurra otro cuento.