Entré al baño y mientras me ocupaba de lo mío, miré dos latas de coca cola y me pregunté: “¿Qué hacen aquí?”, para después decirme: “Nada bueno… seguro”. Más que una tentación para los idiotas sedientos, probablemente las latas de aluminio se traían algo entre manos. Lo curioso es que una lata era más grande que otra, ya saben que en México se venden esas latitas de 170 y tantos mililitros (probablemente me equivoco). Me acordé de los perros de la Warner Brothers, el chiquito que siempre seguía al bulldog y le decía “Spike, Spike, ¿soy tu amigo verdad, Spike?”.
Así que mi preocupación más urgente, en el baño, aparte de lo mío, era que las latas empezaran a hablar. Me senté, prendí un cigarrillo y pacientemente, esperé que mi mente jugara trucos (si había trucos que jugar). Afortunadamente no lo hizo, aunque en honor a la verdad, las latas de coca cola son reconocidas por su discreción. Ni los locos certificados hablan con latas de coca cola. ¿Qué guardarán dentro de sus colores rojos? ¿Qué secretos morirán, sin ser escuchados, cuando las burbujas de carbohidrato se rompen? Sentí la tentación de tomar una de las latas y acercármela al oído. No lo hice. Mi cigarrillo se terminó.
Mis pies empezaron a jugar un poco, temblando de arriba a abajo, y se me ocurrió sacar mi pocket pc para seguir leyendo en lo que esperaba que terminara lo mío. Deseaba dejar el tema de las coca colas en paz. Mi dispositivo móvil, tan lindo él, abrió el libro en la página que estaba pendiente. Todavía estoy leyendo los cuentos de Brian Aldiss, por alguna razón los estoy digiriendo despacio. Me gustan sus cuentos, porque algunos tienen un toque muy sutil de falta de comunicación, de desamor, de poca esperanza, de crueldad. Miré de reojo a mis amigas, las latitas, a ver si con estos pensamientos se les ocurría decirme algo, pero mantuvieron su silencio firmemente.
Entonces me decepcioné. No hay otra cosa en una lata de coca cola, más que desprecio y azúcar.
Seguí leyendo y poco a poco, me sumergí en las letras de Aldiss. Es una antología de “sus mejores” cuentos enorme, grandísima… si pueden conseguirla, leanla. Cerré la pocket pc, la metí al bolsillo de mi pantalón y estornudé. Escuché claramente que alguien decía “Salud”, a mi derecha. Una de las latas había escupido uno de sus secretos. “Gracias”, respondí, como si nada hubiera sucedido. Asentí lentamente, y después del rito obligatorio de limpieza… salí del baño.
Cuando dos latas de coca cola están abiertas a un lado del sanitario, lo más prudente es no recoger ninguna de ellas y beber sus contenidos.
De verdad.