Lo malo de tener un blog personal, es que escribes joyitas como esa: “Estoy mirando la lluvia, y ya”. La sublimación de estas líneas, se ha dado gracias al nuevo servicio del que media blogósfera habla (Twitter). En 140 caracteres, es más que suficiente para hablar de la lluvia. Podría hacerlo y evitarme el ejercicio del día de hoy, pero esta vez me da flojera abrir la página y escribirlo. La ventaja es que en el blog, puedes hablar de los truenos y las gotas que se unen a las hojas de los árboles. El sonido de las llantas de un coche cuando serruchan las gotas de lluvia. Los cuadros efímeros que se forman cuando las gotas aferran su vida a los vidrios. Es una imagen fascinante, ver las esferas de hidrógeno… no en balde hay tantas fotos de aquel fenómeno cotidiano en flickr. Y pensar que hace un momento había un sol primaveral. “El clima esta loco”, me comentó Ricardo. “Pues el calentamiento global, a huevo, ya nos chingamos la tierra”, respondí burlón.
Seremos tan importantes como para chingarnos la tierra. Si acaso, estamos destruyendo modos de vida… lo hemos hecho constantemente. Estamos deshaciéndonos de comodidades al consumirlas, como los arbolitos o el agua potable. Cositas así, que sanarán cuando ya no abusemos de ellos. No somos tan importantes. Finalmente este pedazo de roca donde caminamos, tiene sus propias reglas y sus fórmulas. Hará lo necesario para seguir existiendo hasta que termine su ciclo, aún si fuera un enorme asteroide. Somos un ciclo dentro de un ciclo.
La lluvia arreció, la lluvia amainó. Todo en cuestión de minutos. La vecina de enfrente, por alguna razón salió con su escoba. Imagino que deseaba sacar el agua de su casa o esta limpiando. Como para escribir un cuento de aquella señora, con el cabello rubio a huevo y su piel morena, sus mayas de tigre y su blusa blanca, los lentes oscuros descansando en su cabeza. Dicen que durante años, cuando llueve, barre los pasos de sus amantes: “No sólo así se va el agua, sino las memorias”, le dirá coqueta al jardinero que le arregla las plantas. La señora barre y barre, mientras espera a su marido, el señor del taxi tsuru… un hombre blanco y robusto, que suele usar guayaberas en todo tipo de clima. Tal vez un recuerdo de algún estado del sureste. Un verdadero chilango. El señor a veces llega tarde y algunas veces se va de madrugada.
Que poético se pone uno con la lluvia. Debe ser por el ritmo de los golpes del agua contra los techos. Cuando uno vive con ritmos, es evidente que quiera escribir con ellos también, o pintar o esculpir, o diseñar. Yo solamente me tomo mi café y sigo mirando por la ventana. No sé escribir ritmos, no tengo oído para eso. A veces me sale una que otra cosa, pero es porque me siento como adolescente enamoradizo y pienso erróneamente que escribirlo y compartirlo es válido. Nada más alejado de la verdad porque sé que no soy poeta, ya no soy adolescente, soy sordo para el tono y aunque puedo enamorarme, la verdad prefiero mi amargura y mi neurosis puntillosa (es más divertida). Tengo la gracia para escribir cositas en prosa, pero no soy poeta. Eso me duele un poquito porque a los poetas les recuerdan. Uno se aprende de memoria la poesía para recitarla en los momentos precisos: enamorar una chica, empezar un discurso, discutir una banalidad, contar un chiste o una perversión, etcétera. Pero pocas personas se toman la molestia para aprenderse la prosa y no tiene mucho sentido aprendérsela… porque la prosa no sólo es lenguaje, es un hilo de pensamiento con cada párrafo y ese hilo conecta con los demás párrafos, algo como una bola de estambre, es tejer un suéter en vez de un pañuelo.
La lluvia esta peleándose con la electricidad. Unos cables han soltado chispas y lo he visto brevemente, por la comisura del ojo. Alguien me ha llamado por la ventana y me asomo cual Romeo. “¿Quieres algo de la tienda?”. Lo pienso en menos de un minuto: “Cigarros y coca cola”. En la mañana pensé en mis pequeñas adicciones. Siempre había pensado que necesitaba reemplazar una adicción con otra, para engañar a mi organismo. Por mero ejemplo, intercambiar los cigarros por agua. Si, totalmente absurdo, pero recurrente, varias veces lo había pensado. Hoy fue distinto porque me di cuenta que acumulo mis manías. Si me hiciera adicto al agua, no solamente la bebería como desquiciado, también fumaría mis cigarros y bebería coca cola. Es la mala fortuna de los obsesivos, neuroticoides y megalómanos.
Me asomo a ver el video, las tetas de una venezolana se mueven al ritmo de una canción, su cabello… larguísimo, se mueve con el aire y brinca, brinca. Afuera ha dejado de llover. Ella da vueltas y sonríe. Afuera, ya casi no se escucha a los coches derrapando. Sonríe coqueta a la cámara, una rola ochentera suena en algún ipod, mejor me voy a trabajar.