Itsa mi, Mareeo. El chaparrito italiano y panzón es parte vital de mi infancia. No conozco remix o composición de la clásica canción de Mario Bros, que no me agrade porque me recuerda aquellas ocasiones en que prendía la Nintendo y dejaba que el diablo, los hongos, las tortugas aladas y el poco deseo sexual se apoderaran de mí. Benditos los videojuegos porque de ellos es el reino de los cielos. Veinte años después de la famicom, no he conocido juego que me recuerde tanto las horas de frustración y placer que me daba recorrer un mundo, mientras tragaba hongos y crecía el doble del tamaño normal. Ya no existen los juegos sencillos de matar, rescatar a la princesa, ni decepciones tan dulces como: “Sorry Mario, but the princess is at another castle”.

Fui a la junta para padres de familia del Centro Universitario México. Como tutor de mi hermano, lo consideré mi deber. Básicamente lo mismo de hace un año. A partir de la media hora, tenía unas ganas terribles de orinar, pero me aguanté como todo un hombrecito. Recé el padre nuestro, el ave maría y pedí favores a San Marcelino Champagnat. La noción de que ya son diez años desde que dejé la preparatoria me taladró el cerebro. Incrédulo me lo repetía en voz baja, mientras hablaban de revisar calificaciones por internet y de enseñar a los hijos a leer, porque algunos imbéciles no entienden lo que quieren decir las palabras y responden mal los exámenes.

En ningún momento el director de la institución dijo la palabra imbéciles.

Una de las hijas de mi padre estudiará este año ahí. Supuse que lo encontraría entre la gente, pero la verdad, es que no vi a nadie remotamente parecido a mí. El señor que se sentó a mi izquierda, sin embargo, me miraba y por un momento, la paranoia o el anhelo, pensé que era él. Un momento muy breve. Me pareció que no teníamos la misma nariz enorme y lo dejé por la paz. No era el lugar, no era el momento y si alguna vez, Agustín Fest se siente remotamente culpable, se acercará a mí. Lamentablemente compartimos el mismo nombre. Lamentable para él, que desea esconder el pasado. Internet es un falso anonimato. Todo se sabe, eventualmente.

Llueve. Tengo sueño. Compartir el nombre de mi padre. Pobre de él, y pobre de mí, que con eso el flujo de cierto río místico se siente. Llevo su nombre. Él permitió dármelo. Que cosas. Tantas cosas que habrían sido distintas si no lo llevara. En algún momento, si nos dedicáramos a buscarnos, nos encontraríamos de inmediato. No es lo mismo que Mario, porque hay muchas princesas que se llaman así mismas “Peach”. Ni modo. Aquí nomás es levantar tantito la piedra. Cuando pienso en mi padre, es como si pensara en mí mismo: “Si Agustín Fest se siente remotamente culpable”. Quien sabe cuántas consecuencias inconscientes tendrá ese flujo de pensamiento. No es como “Si Juán González sintiera cosquillas”, porque podría pensar en todos los Juán González del mundo. En cambio, y que mal pedo, pareciera que sólo hay dos Agustín Fest.

Invité a mi “hija adoptiva” a cenar esta noche. Platicamos de su carrera, de cocina, de dónde le gustaría trabajar, de su novio. Compartimos el pastel, le invité un vodka, escuchamos como felicitaban a cinco personas por su cumpleaños. Agustín Fest se siente bien con esas reuniones tranquilas. De verdad le hacen bien. Tomé una copa de vino, y milagrosamente, me sentí más ligero. Hacía tanto que no tomaba una de esas. Abriendo la puerta de mi casa, después de dejar a la hija en casa, se me ocurrió que debería tomar una copa de vino todos los días y sentarme a escribir, nomás por mamón. Algo que no creo hacer.

Duele más estar sobrio.

Esta noche es tranquila. Nada duele. Pronto iré a la cama. Chaquetita y a dormir. O dormir nada más. Estos posts tan personales… a ver si mañana me invento un cuento, o termino de una buena vez la tortura que es leer a Octavio Paz. Sí, decepciones dulces… no es lo que esperabas, pero tampoco deseas terminarlo. Decepciones dulces. Ibas con todo a terminarlo, pero no lo encontraste y debes seguir buscando.