Cuando me toque a mi, lo prometo, voy a subir.
Dos días de filmaciones a las 6 de la mañana. Dos días de desvelos hasta las 2 ó 4. Eso me pasa por solidarizarme con mi hermano. Mañana tengo un vuelo. Es la primera vez que viajaré en Volaris. Ya se me había antojado por sus “bajos costos”, pero no lo había hecho. Será la segunda vez que viaje en avión. Ñummmm. Aún puedo recordar las turbinas de la primera vez. Y como no, si me senté a un lado. Puta madre, qué sueño. Un cigarro y espero se me quite.
Un cigarro y espero se me quite. Repito.
Hoy me dormí en diversos lugares. Dormí en el sillón de la oficina, en un taxi y en alimentación. Cabeceaba. Empezaba a soñar. Alguien me preguntaba algo y despertaba. Mis sueños se confundían con la realidad. El trastorno mental más divertido que he tenido desde Simón Dor. Si el vuelo me pone nervioso mañana olvidaré los desvelos. Me duelen los pies, caminé mucho. Hoy trabajamos en el bosque de Chapultepec. La americana estaba fascinada: Daba de comer a las ardillas, admiraba las procesiones guadalupanas tardías, preguntaba por el color verde del lago.
La niña llegó dos horas tarde y así nos retrasó el trabajo.
Nunca entendí las intenciones del padre. Nos enteramos tres días antes de la enfermedad de la niña. Tres días antes de trabajar. El padre nunca dio a entender que no quería llevar a su hija. Daba información de casting a vestuario y viceversa. Casting a vestuario. Vestuario a casting. En realidad nos valemos madre. Cada quien su chamba. Vestuario sabía de la niña enfermita desde hacía una semana. Cuando el padre accedió a llevarla, nos tranquilizamos. Dos horas después de su llamado, llega con la niña enferma. La criatura no quiso trabajar. Nadie quiso obligarla. Buscamos rápidamente un reemplazo y afortunadamente, uno muy bueno.
Aún así, la agencia sugirió conseguir el 50% de su pago. Negamos rotundamente. Desde que el padre apagó el celular para que no pudiéramos localizarlo mientras venía a nosotros. Desde Aragón llegó mágicamente a San Lázaro en diez minutos. Que poco profesionalismo. Que poca honestidad. Cuando a la niña se le dijo que se podía ir, se iluminó su rostro y sonrió ampliamente. Ni modo. No se trata de obligarles. Tampoco se trata de mentirnos. Simplemente si no se puede… no se puede.
Es hora de apagar la computadora. Basta de llamarme así. Ya voy a ir.