Alguna vez, Salvador Leal utilizó una frase para describir al grupo Caifanes que iba, más o menos, así: “Me parece que sus canciones son como escuchar a una adolescente frustrada, no… una adolescente enojada”. Recuerdo que me pareció la descripción más atinada que hubiera escuchado jamás, y vamos, me encanta Caifanes, así que eso definió la etapa noventera en que más los escuchaba a la perfección. Era una adolescente frustrada, lidiando con problemas de menstruación y chicos, a mi manera pues.
Recuerdo que antes de abrir la puerta para iniciar mi primer “gran” viaje, el que hice con mi hermano Irwin a Tamaulipas, escuchaba “Debajo de tu piel”. Esa canción, aún hoy, me recuerda el primer calor sofocante, la primera playa, la primera visita al mar, las primeras cervezas, y primeras muchas cosas más.
Creo que el citadino pierde completamente cuando se encuentra frente a una playa. Se rompe. Pienso, todavía, que moriré a gusto en una playa. Moriré mientras miro el sol, y la brisa, las gaviotas cagando como bombarderos, el ruido de las olas chocando contra la arena y el maldito calor. La concepción romántica de la muerte. Hoy no tengo ganas de ligarlo al ciclo aspiracional.
Esta semana me compré una cajetilla de cigarros y volví a fumar. Había resuelto no decirle a nadie hasta encontrar el momento adecuado porque en la oficina me trataban como una especie de héroe. Dejaste de fumar, te fumamos encima las 24 horas al día y lo lograste. No caes en la tentación. ¿Cómo lo haces? Eres un chingón Agustín. Pues sí, pero… humano, finalmente, con vicios y flaquezas. Humano. Recordé, en alguno de esos cigarros que me hicieron caer de nuevo, la frase de Luis Buñuel. Parafraseando porque mi memoria es un asco: “Es delicioso el arte de fumar. La llama que se enciende, tengo fuego en la boca, bla bla bla”.
En algún otro de los cigarros que prendí, pensé: “Soy Agustín Fest de nuevo”.
Finalmente, se enteraron de la peor manera, cuando en una plática de sobremesa mientras reía lancé ligeramente el cuerpo hacia atrás. La cajetilla de cigarros cayó de mi chaleco. Karla, la chica nueva, comentó-. Teté, se te cayeron tus cigarros -preferí no decir nada mientras los demás se reían e hicieron toda clase de preguntas. Les confesé que era mi primera semana desde que lo había dejado.
Esta semana tenemos mucho trabajo, por fin. Me entristecía mi blog en cierta forma. No había escrito nada. Al parecer, lo único interesante en este momento de mi vida, es el trabajo. Cuando no tienes trabajo que te ocupe la choya, entonces buscas vicios. El hombre, para no sentirse mal cuando sobre-trabaja, procura buscar otras cosas de las que hablar. No he tenido esa necesidad. No tengo las mismas energías de hace unos años para pensar en otras cosas.
Que personal el día de hoy.
Hace unos días, una señora llamó para decirme que no dejara de pensar en ella para los comerciales. En estas etapas de crisis todos te recuerdan. “Por favor Agustín, no deje de considerarme para algún comercial ¿eh?, téngame en cuenta. ¡Yo le amo Agustín!”. Me acaricié la nuca mientras escuchaba sus espontáneas y repetidas muestras de afecto, y le respondí: “Yo también le amo Tere, cuidese mucho y yo le hablo si tengo algo”. Click. Colgatea telefonitum est.
Justo, acaba de llamar la señora y le pedí al secretario estrella: “Ehm, dile que fui a recoger unas facturas”. Así que… con su permiso, voy a recoger unas facturas, vuelvo pronto.