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Un día apacible se define como aquel donde no pasa nada. El tráfico es el mismo. Bajo el mismo cielo. La comida es igual. El mismo dinero. Las decisiones extrañas que terminan por asumir un lugar en la rutina. El humo del cigarrillo y sus patrones caóticos. Los discursos políticos, y los contra-discursos, aquellos que nos esconden por temor a darle un segundo pensamiento a ese otro punto de vista. Los callbacks a deshoras, que provocan ediciones a deshoras, en un proyecto accidentado donde todos corremos.
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Charlamos pequeñas minucias. Lo que pasa con mi familia, de aquel programa de televisión, del blog de ese reportero y escritor. Escuchar los teléfonos, las sirenas y los coches que no los dejan pasar porque tienen el siga, los escotes en miniatura del messenger, los escotes a dos metros de las modelos, pensar lo que vamos a escribir el día de hoy y darle un sentido, una coherencia, un último mensaje, título y cierre. Un desarrollo significativo.
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Cuando escribo, me doy cuenta de lo apacible que es mi vida. Pareciera que me encuentro en un campo de dientes de león que están desperdigándose con el viento. No deberían ser dientes de león, pienso algunas veces, deberían ser espinas.
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Una lista de perversiones y qué hacer con ellas. A veces pienso en perversiones para un personaje. ¿Cómo se comportaría un señor, si tuviera el deseo de restregarse contra las puertas del metro? Un fetiche que no lleva una carga sexual evidente, pero el deseo y la satisfacción se encuentran ahí. No satisfacer los impulsos, lleva a pequeñas desgracias personales. Satisfacer los impulsos, bueno, indican posibles desgracias de proporciones épicas. La oficina gradualmente se ha quedado en silencio.
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El silencio de una persona esconde tantas cosas. A veces me gustan los silencios, porque me gusta imaginar lo que está pasando por todas esas cabezas.
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–Hablar por teléfono mata todo índice de creatividad. Llevo 45 llamadas diciendo lo mismo –dice Santigo. Respondí–. Di lo mismo, pero de cuarenta y cinco formas distintas –Hubo algo de seriedad en esa réplica, y algo de juego. Finalmente, decimos lo mismo constantemente. Intercambiamos pequeñas palabras que pueden cambiar en proporciones épicas el destino. Nadie sabe cuántos errores han pasado por usar el verbo equivocado.
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Hoy, comentamos la posibilidad de vivir una vida alterna a través de internet. Es posible. Desgastante, pero posible. Lo intenté un par de veces y aunque los resultados eran favorables (pues, que creyeran en la existencia de esa persona), era cansado. Lo abandoné. Comentamos casos de personas que conocíamos, que habían armado una mentira y la continuaban aún cuando ya habían sido descubiertos. A veces me pregunto, ¿tan grave será el pecado que se les dice imperdonables?
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Sólo querían hacer un poco de ficción.
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