Este librero guarda algunas piezas importantes, algunos regalos, algunas cajas de mis aparatos y juguetitos. No escondo nada, todo está a la mano. No se ve, porque en ese momento la saqué de ahí por un impulso nostálgico, pero tengo una caja china con mariposas adentro. Me la regaló K. Cuenta la leyenda que esa caja habla de la amistad. Si las mariposas guardan reposo adentro, entonces la amistad continúa. Si las mariposas llegaran a volar, entonces la amistad terminó. Es difícil pensar que con un trato así la amistad puede terminar, pero todos conocemos el tiempo y que, eventualmente, esos momentos tan felices y la amistad inseparable, eventualmente se convierten en recuerdos y melancolía. Cambiamos. Personas diferentes para etapas diferentes. Anoche abrí la caja. Las mariposas dormían adentro. Cambiamos, personas diferentes, sí… pero en el fondo, todavía somos lo mismo y permanecemos en el corazón de aquellas otras personas que pensamos ya no nos querían. Éste también es un viaje melancólico. No todo pueden ser confesiones humorísticas y libros absurdos. Dendritas tristes nos atan.
Los libros que contiene esta repisa son: “The Complete Book Of Scriptwriting” (Straczynski), “Antología de la Literatura Mexicana” (Ma. Luisa H. Ibar), “Lengua y literatura españolas” (Varios), “Redacción sin dolor” (Sandro Cohen), “Taxonomía de conceptos de comunicación” (Reed Blake & Edwin Haroldsen), “The Oxford Anthology of English Literature” (Bloom y otros), “Golem100” (Alfred Bester), “Sin remordimientos” (Tom Clancy), “La edad de oro 1942 1943” y “La edad de oro 1939 1940” (Antologías de premios Hugo), “El cliente” (John Grisham), “El nombre de la rosa” (Umberto Eco), “Sherlock Holmes (2 tomos)” (Conan Doyle), “Comunicación masiva y revolución socialista” (Varios), “Yo viví en las islas Marías” (Gustavo Montiel), “El positivismo en México” (Leopoldo Zea), “Relatos de ocio” (Ignacio Mondaca), “Para comprender la historia” (Juan Brom) y “Conan de Cimeria” (Varios, antología de cuentos).
La edad de oro de la Ciencia Ficción, fueron los años cuarentas. De ahí salieron nombres como Asimov, Heinlein, Aldiss, Clarke, etcétera. Hombres que les fascinaba creer en líneas alternas o los viajes en el tiempo. Hombres que manipulaban la física y las matemáticas para hacernos creer en posibilidades. A estos hombres luego se les etiqueta de profetas, cuando en realidad, eran muy atentos a la tecnología, los avances de su tiempo y jugaban con imaginar, reinventar el futuro. También suelen anunciar el inevitable destino del hombre (la autodestrucción). Generalmente, el panorama siempre era gris y tristón, confuso, donde la ciencia no siempre era la solución, sino el problema. La capacidad del hombre por no entender. Por no alcanzar a saber más. Estos cuentos me traen agradables recuerdos, también fueron de mis primeras lecturas y lo que me animó a leer más, descubrir que se hace aquí y allá. Me hizo tomar un interés por la ciencia, pero no lo suficiente para dedicarme a ella. Leo con interés las notas científicas actualmente, preguntándome cuánto de eso no habrá ya adornado estos libros de ciencia ficción. Luis sabe mejor de esas cosas, él es un apasionado del género. A mi me gusta de vez en cuando, después de todo, hay muchas cosas que leer y siento que no puedo dejar mi tiempo a un sólo género.
No hay que olvidar que, después de todo, los libros son primero entretenimiento.
Otro género que se volvió popular, después de la arrasada que dio Tolkien, fue la fantasía. Fantasía para adultos. Algunos escritores y dibujantes de comics se animaron a moverse para allá. Y después descubrieron que había lugares que no debían ser nada agradables, que fueran de violencia y sexo, bárbaros que no tenían compasión por sus enemigos. Así lo interpreto, tal vez me equivoque. Conan es el representante del género. Es la referencia obligada de un hijo de puta, un hombre implacable. Sus aventuras se relacionan con reyes muertos, piratas cachondas, tesoros escondidos.
“Relatos de Ocio”, de Ignacio Mondaca, lo leí como uno pensaría que debe hacerse con un libro de dicho título: en el metro. Cuentos breves y entretenidos, que confirmaron mi gusto por su prosa. Hicimos un intercambio de escritores (y a mi se me ocurrió mandarle “El diario de Simón Dor” – no, no, no, pinchón y berrinchudo libro que me animé a escribir) y con agrado recibí el suyo. Tengo una copia adicional por si alguien lo quiere. Supongo que este libro no es fácil de conseguir y es una verdadera joya.
Encontré un par de agradables sorpresas en el librero.
Algo que escribí para el periódico escolar:
Más garabatos. Un regalo, y unos que hice yo.
Un regalo que me hizo “Max Demonio”.
Un regalo que me hizo Ian, mientras escribía La Torre de los Sueños. El personaje ahí representado es Miriod, y la bola de pelos en su hombro es Sztamozs (su primera pesadilla).
Claro, todos los libros me dicen algo. Los dos de literatura, que conservo desde la preparatoria, por ejemplo. La antología de Oxford, que es una biblia para los estudiantes de letras inglesas en la UNAM (y quien sabe, tal vez del… ¿mundo?). “El nombre de la rosa” y su versión del “Cantar de los Cantares” que, aún a la fecha, me sigue gustando mucho, esos libros socialistas que rescaté sólo porque significaban algo para alguien más. Sí, los libros no sólo cuentan historias en sus hojas, también en sus portadas y sus solapas, y en la cabeza de sus lectores.