Esta mañana soñé que visitaba a mi familia y alguien –si lo recordara todo con precisión no sería un sueño (mejor dicho: no soy uno de esos soñadores que recuerdan con precisión o que tienen la desfachatez de inventar el sueño)–, me regalaba una cajetilla de cigarros porque era algo similar a mi cumpleaños. No era mi cumpleaños, no se sentía como tal, pero se sentía como si el mundo en el sueño estuviera celebrando algo con respecto a mí. Recuerdo que saqué uno de los cigarrillos delgados y blancos, que lo encendí y que fumé, sin importarme todo el tiempo que llevaba sin fumar. El cigarro me supo delicioso, y luego me supo a mota. La dopamina se liberó en mi cerebro, me sentí muy relajado y un poco más, porque era un cigarrito de mota. El olor penetró mis fosas nasales, y empecé a sonreír, y sentirme ligeramente contento. Recuerdo que tomé una decisión–: De ahora en adelante sólo me fumaré de estos, al fin que no matan. Esa información entraba en conflicto con otra que había leído: “Todo humo que te metas a los pulmones, mata. Es lo mismo un cigarro normal que uno de mota.” Era un sueño, así que toda la información contenida dentro del sueño, podía ser verdadera aún cuando fuera contradictoria. Mi familia me veía fumando, preguntaban si había retomado el vicio y luego me olían, y sabían que estaba cayendo en otro. Algunos me preguntaban porque estaba fumando marihuana, yo les respondía que era más sano que el cigarrillo normal y qué, además, nunca la había fumado regularmente en mi vida. Sonreía, me golpeaba las rodillas y proclamaba: tal vez es hora de adquirir un nuevo vicio.
Luego salí de casa y fui a caminar. Recuerdo que deseaba caminar, y que me preguntaba por Nico, pero luego le daba un tren a mi cigarro y se me olvidaba todo. No caminaba pues… mis pies estaban ligeramente separados del suelo. Llegué a una especie de centro comunitario donde platicaba con algunos conocidos, y me veían fumar mis cigarros de mota, algunos me preguntaban por la cajetilla y al enseñárselas, reconocían la marca y me decían–. No son cualquier cigarro, en verdad te hicieron un buen regalo –El regalo, pensé, es tener el fuego en mi boca otra vez, el fuego en mi garganta y el humo de mis ojos, pero no lo dije en voz alta, porque era un sueño y eso más bien, era más íntimo. Entre esas personas estaba L, quien me miraba como quien mira a un hombre deseable. Entre otras personas estaba G, quien platicaba con su voz rasposa e invitaba a todos a su casa, para seguir fumando y platicando. Cuando G lo propuso pensé: eso estaría bien, sólo quiero sentarme a seguir fumando y escuchar como hablan otros, tal cual como era en la preparatoria, o en la vida, con mis amigos y mis conocidos, en mi trabajo de mucha gente… sí, sólo quisiera prender un cigarrillo y sentarme a escuchar. Eso, de verdad, estaría muy bien.
Nadie quería seguir a G. Recuerdo al perro de G, que estaba sobre un bote de basura comiéndose los restos de una pizza y le preguntaban: ¿Qué, sólo así alimentas a tu perro? Entonces G, descorazonado porque nadie quería acompañarlo a fumar y platicar, solamente platicar, respondía–. Cállense que ese perro come mejor que muchos de nosotros. Su perro era un bulldog, de cachetes grandes, que se arrastraban en el basurero y seguían recogiendo comida, y más comida. El perro me recordaba algo… pero no sabía qué, porque yo estaba fumando y sentía que las plantas de mis pies estaba separadas por lo menos unos cinco centímetros del suelo, cuando me terminaba uno prendía el siguiente y pensaba en mis pulmones, en mi cuerpo, y ninguno se sentía cansado, me sentía lleno de fuego, de humo, con ganas de seguir paseando.
Aún cuando me gustó la invitación de G, la ignoré por seguir los ojos de L que estaban, de alguna manera, coqueteándome. Entonces L me hacía algunas preguntas de libros, de algunos ensayos, de la vida de algunos autores y no pasaba nada entre nosotros. Luego el sueño cambió y me di cuenta que su coqueteo era, en cierto modo, una admiración infantil, una asociación entre profesor y alumna. Suspiré derrotado y luego me asomé por una ventana: Vi a dos mujeres desnudas, que se tocaban, que se cabalgaban la una a la otra, que sudaban sobre sus cuerpos. Las reconocía de algún lado, pero no sabía sus nombres… lo que sabía es que podía ofrecerles uno o dos cigarrillos, y podría curarme la decepción de L, si decidían abandonar su momento lésbico. L me preguntó por ellas y le dije la verdad–. No me gusta ver lesbianas pero la chica que está sobre la otra, mira lo bonito que se ve su cuerpo, lo bronceado y sudoroso –L alzó las cejas y desapareció. Yo encendí otro cigarro de mota, sentí como se encendieron mis mejillas y entré al cuarto donde las mujeres follaban, se acariciaban, se aliviaban.
L estaba en la cama, vestida, entre las dos mujeres y platicaba con ellas, como si celosa, decidiera robarme el momento que llevaba todo este tiempo planeando. Las miré a las tres, les ofrecí un cigarrito de los míos y luego (sí, más tarde se me perdió la cajetilla y la estuve buscando con la ansiedad de un adicto, porque no podía creer que por fin en sueños al menos, estaba fumando y tenía el humo en el cuerpo, el fuego en mi boca, y que el sueño jugará de las suyas y me escondiera ese placer tan efímero pero tan conciso: El placer del hombre que se detiene a fumar, a escuchar a la gente, a sentir que sus pies se alzan cinco centímetros sobre la tierra y los mareos placenteros que vienen con la dopamina liberada. No podía creerlo. Ni siquiera en el sueño.) decidí hablar con ellas y decirles la verdad, esa verdad que L deseaba escuchar–: Me encantó la forma de tu cuerpo desnudo (señalé a la mujer de cabello rubio que más tarde, me ayudaría a encontrar mis cigarrillos, le pagaría con dos de ellos y comentaría, también, la calidad de la marca y que le parecía increíble que alguien le regalara un par de esos cigarrillos. Después me dijo al oído: No te preocupes, nosotras ya acabamos, más tarde –si quieres– te puedo hacer una felación.) y sus gemidos fueron como una especie de música, pero debo regresar a casa.
Entonces desperté.