No hablemos de política, ni de libertades cibernéticas, ni de otras tristezas, ya tendremos tiempo para eso. Mejor les cuento un chisme. En el mundo de la farándula, en la subespecie de los comerciales, existen ciertos proyectos que son el Santo Grial para muchos de los actores y modelos que tratan de ganarse el pan de cada día. No es que los proyecten a la fama, para nada. Como muchas cosas en la vida, todo se trata de la pachocha.
Son comerciales que no presentan competencia alguna (contrario a, por ejemplo, si hacen un comercial de Pepsi ya no pueden hacer Coca Cola, al menos, en tres años) y que, además, pagan 40,000 pesos por un día de trabajo. Además, la agencia manda una especificación que tiene el elegantísimo nombre de “Clase C”. Para no herir susceptibilidades, digamos que todo México funciona. Conocer el tabulador de clases en una agencia publicitaria puede ser un ejercicio muy cruel para una sociedad que está aprendiendo a ser políticamente correcta.
Esos proyectos suelen tener personajes muy abiertos y de todo tipo: niños de 8 a 11 años, adolescentes de 16 a 20, adultos de 22 a 40 años. El sexo no importa. Cuando una casa de casting abre un comercial con esas especificaciones, el lugar se convierte en un nido de gente hambrienta, ansiosa y preparada a todo para conseguirse un papel. Por ejemplo, hacer un casting de caritas. Es una tortura para el hombre que está atrás de una cámara (especialmente cuando junta a más de mil personas en dos días) pero es una bendición para los modelos y actores, y los niños, sobre todo los niños.
Un casting de caritas se trata de grabar al sujeto haciendo una serie de expresiones: triste, pensativo, feliz y sorprendido (las emociones pueden variar, según el director). Es un ejercicio básico que cualquier actor de teatro ya debe dominar. Algunos hasta insultados se sienten cuando se les pide, otros sencillamente se divierten recordando alguno de sus personajes. Para que el director tenga una idea del nivel de improvisación, también se les pide que narren una historia, que hablen, que griten, que exclamen o que digan algo. Es un excelente método para medir capacidades histriónicas. Uno se lleva grata sorpresas al descubrir un hilo conductor de emociones, desde los más expresivos hasta los más sutiles.
Sin embargo, honestamente, la mayor parte del tiempo es aburrido. Un casting de ese estilo suele atraer a mucha gente que sueña con salir en la televisión y que, además, desea embolsarse un dinerito, porque debe o porque quiere. No faltan los personajes, de cualquier edad o sexo, que cuando se paran frente a la cámara y se les pide tristeza, dicen: “Estoy muy triste”, y tan triste que apenas puede pronunciarlo. O cuando se les pide alegría: “Estoy feliz”, en un tono plano, serio, apocado, que trae memorias de un suicidio no cometido. No falta, y a veces son horas de rostros en sucesión, de pedir sorpresa y que el sujeto sencillamente exprese: “Wow, que sorpresa”. Wow, goao, guau, como un perro que está esperando en fila, echado en la jaula, su turno a la silla del ejecutado. El casting de las caritas engaña con ser fácil.
Tuve la suerte de encontrarme un actor que inventó una historia muy simple, pero entretenida. Triste: ¿No entiendo, cómo sucedió esto?, Enojado: Pero por favor explícame, ¿cómo te embarazaste? Feliz: Por fin tendremos un hijo. Sorprendido: ¡Ni sé para qué me hice la vasectomía!
Quienes mejor tienen dominado este ejercicio espiritual, son los niños. Acostumbrados a la desinihibición de su edad, su obligada hiperactividad y que algunas madres los torturan con castings día tras día, ya conocen muy bien el ejercicio de las caras. A su edad no les importa quebrar el rostro, ganarse arrugas nuevas, la búsqueda por provocar la ternura y la travesura. Incluso lo hacen a toda velocidad, sin pensarlo, con ganas de largarse de ahí y regresar a la niñez de su vida. La infancia urgente de regresar a los videojuegos, las tareas, salir con el perro a los parques. No quiero dar a entender que los niños son torturados, no, la verdad muchos disfrutan de sus ganancias tempranas con premios de todo tipo: juegos, celulares, coches a control remoto.
Como director, cuando hacía el casting de las caritas con los niños, rompí el esquema incluyendo o inventando ciertas emociones para sacarlos de balance. Me molestaba tanto que los pequeños granujas ya se supieran la rutina que me sentí obligado a robarles la seguridad de los inocentes. Terminando la serie (triste, enojado, feliz, sorprendido), solía incluir otras emociones: conspicuo, ensimismado, apocado, incluyente, ambigüedad, deprimido, hipócrita, entre muchas otras. Luego miraba a los niños aterrorizados al verse frente a esas palabras, otras veces se detenían a pensar e inventaban algún rostro, también recibí sorpresas de niños explorando ese terreno que parecía tan lejano, tan inalcanzable, de la adultez y sus palabras absurdamente precisas.
Phillip Larkin, si mal no recuerdo, mantenía correspondencia con un escritor de pornografía. En una de esas cartas, el pornógrafo le menciona que uno de los mayores logros de un escritor es lograr una reacción física de su lector. Obviando el doble sentido, si usted es un lector apasionado o si le gusta mirar a la gente que lee, notará a veces como no se pueden aguantar la sonrisa, la carcajada o las lágrimas. El lector cuando tiene un libro entre sus manos, también es un actor que constantemente está haciendo el casting de las caritas. El escritor es un director lejano. Un director que entre más colmillo tiene, sabe las caras que está provocando en sus lectores y goza, oculto, las caras hechas por los navegantes de sus páginas.