Un destino es un destino. No podemos hablar de EL DESTINO porque eso es una mentira. Claro, en ese instante decías que te gustaba el caos pero ahí vas, corriendo, a tropezar sobre la misma piedra porque te crees capaz de romper EL DESTINO. Lo imaginas con su vestidito de olanes, sus zapatitos de charol, sus ganas de bailar y soplarte besos y decirte que te quiere mucho y que mañana vuelvas porque el show se repetirá sólo para ti y tus ojos de perrito abandonado.
Pero no entiendes. El destino no es una sola muchacha pero una secuencia de muchas, en distintas variantes y colores, y no seamos simplones: no sólo hay muchachas pero también muchachos, y perritos, y muñecos de he-man, y cuadernos forrados con papel y plástico.
(cómo te gusta creer que lo entiendes todo pero en el fondo reconoces todas tu mentiras; menudo hijo de puta, se lo hubieras dicho a Sandra, ¿así se llama tu animal? Al menos a la pobre de Sandra le hubieras dicho las cosas claras antes de traerla aquí. ¿Sabes? Yo nunca he tenido el valor de destruir un alma inocente como lo hiciste tú.
¿Me oyes?
¿ME OYES?)
Repito, repito, ahora que tengo la cabeza clara mejor te lo repito: el destino es un destino y uno es una secuencia de muchos, y muchos son los que están tomados de la mano y se abrazan los unos a los otros y para poder apreciarlos a todos tendrías que alejarte de ellos tanto como su misma extensión: el infinito. Hoy estoy pensando con más claridad que de costumbre. Qué horrible prisión nos has construido. Creo que ya me estoy acostumbrando a tu juego. Pronto podré salir de aquí y regresar a mi rutina de cercenar cabezas, y matar deseos, y comerme dioses chiquitos e insignificantes.
Je.
¿Te diste cuenta?
Sólo hay un infinito.