¿Una persona cambia de acuerdo a sus decisiones? ¿Cada decisión que tomo me hace morir y me hace nacer y la acción regurgita a un doble que es casi exactamente igual a mí? ¿Y el cambio es tan rápido que ni el mago más chingón puede darse cuenta de que siempre estamos muriendo y renaciendo? ¿O sea que al tomar media botella de whiskey de los perritos, me transformo en un maldito energúmeno que lo vigila a escondidas, en el auto, porque tiene terror de pararse frente a él para confrontarlo y así darle la maldita oportunidad de negar que alguna vez vivimos juntos?
No sé porque estoy aquí. Me voy a inventar algo. He convivido años con ese latente presentimiento de ruina pero como no he sabido identificarlo, mejor trato de convencerme de que es un cuento. Me voy a poner mi sombrero policiaco, el que usaba cuando andaba en las calles y vi por primera vez al niño con la cabeza entre las manos. Gracias a la experiencia de todos esos años, encenderé un cigarrillo, aunque no fumo porque mi padre lo odiaría, y exclamaré con el tono característico de una persona rendida frente a la vida: “Algo me huele mal”.
Puedo decir esas cosas porque me sientan natural, es lo que se espera de mí y para eso nací: para ser el guardián, el escudo, la primera muralla que protege nuestro modo de vida. Ay, pero qué mensa, seguramente eso lo escuché en una película o de boca de alguno de los otros imbéciles que leen novelitas negras mientras trabajan. Pero qué. Es mi naturaleza. Minaturaleza. Minotauro su lesa majestad. Por eso soy policía, ¿o no?, ¿o sí?, ¿o meme el beileder? No, a ver, soy policía porque tengo ojos para descubrir de chingadazo que las cosas están fuera de lugar y cuando mataron al hermano de ese chico, me descompuse para siempre y desde entonces todo está malo, pero todo, todo lo que abarcan mis ojos y mis sentidos está hecho papilla, distorsionado, duplicado y borroso, y entonces parece imposible regresar las cosas a su lugar, imprimir una fotografía decente y derecha de cualquier pendejadita en la calle, en mi casa, en mi vida.
¿Qué está pasando?
Quizás allá voy a engañarme otra vez, como si no me gustara pero… quizás sólo deseo saber de él y que a pesar de todo, se encuentra bien y por eso me estaciono afuera de su trabajo a partir de las seis de la tarde, y por eso miro por mi ventana a su ventana y veo que la luz está encendida, y por su sombra confirmo que él está ahí, y a veces llega una chamaquita demasiado joven, pero está muy preciosa la chamaca, la condenada; y cuando él sale a recibirla, ella lo toma del brazo y dice con su voz dulce que mejor se vayan a cenar, y ella se ha puesto una falda de flores y yo envidio toda su juventud, y sus piernas bien torneadas y depiladas, y que ella pueda ponerse una falda que haga una coreografía tan dulce con el viento y sus piruetas, y los giros y sus pinches ganas de llevárselo a otro lado mientras yo estoy aquí sola, bebiendo, con ganas de echarme un pinche taco con harta salsa para curarme de los pinches perritos que son baratos pero están muy sabrosos y se me olvida el hambre porque pienso que ese cabroncito fue como mi hermano, y que su sola presencia a pesar de romper las líneas y los contornos de lo palpable me hizo muy feliz.
Pero es mi naturaleza, minotauro.
Necesito respuestas, necesito entenderlo… ay, mi papá, ¿dónde estará mi papá? ¿Por qué me acuerdo de ti, papi? ¿Por qué estoy chillando? Soy una sonsa, soy una borracha pero te conté, ¿no? Sí te conté cómo lloraba el chamaco cuando lo encontré con la cabeza de su hermano entre sus brazos. Y perdóname; no sólo quiero saber si él se encuentra bien porque me cayó a toda madre y empecé a quererlo como a mi familia pero también es necesario que lo siga para entender con una chingada lo que está pasando porque tengo un pinche hoyo enorme en el estómago que continuamente me advierte que algo está a punto de rompernos.
Voy a dejar el arma en la guantera.
Ya jugué demasiado con ella.