Etiqueta: fumar

Fumador en la banca, humo del jugador

Hay una frase muy sencilla que requiere un puñado de experiencias para entenderse. En su sencillez se encuentra la trampa y en sus consecuencias un dejo de desencanto. Al principio hay un poco de resistencia, pero cuando entra, entra bien y se repite como un mantra, un canto de guerra antes de lidiar contra una bestia que oculta los cuernos: “Tienes que ponerte la camiseta”. No soy inocente. Muchas veces he caído en expresar esa simpleza para invitar una reflexión, un cambio de actitud en el otro, así como me la dijeron muchas veces desde la niñez hasta la juventud y obligaban una mueca por lo cándido del discurso.

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Tres coronas

Viajando, de repente, me encontré en esta esquina y me detuve a tomarle una foto. “Aquí nos encontramos”, anoté, y luego la esquina dejó de ser esquina, se convirtió en una estructura, un edificio de tres sombreros. Todavía no me recuperaba de mi asombro cuando se convirtieron en tres escalones, y terminó mi viaje, en realidad me encontraba bajando las escaleras de no importa donde, en una espiral infinita, es el momento donde todo se junta: suelo, tierra, cielo. Los tres edificios son una metáfora: ¿presente, pasado y futuro?; ¿hijo, padre y espíritu santo?; ¿madre, padre, hijo?; ¿Clavel, rosa o gardenia? Los tres edificios no son una metáfora, no son edificios, son peldaños. Los tres edificios son tres ventanas, tres gigantes, tres piernas de una deidad inalcanzable. La trinidad de los reflejos, las angustias y una alegría piadosa para llegar al final de los días.

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Fumo culpablemente en la soledad (Humo desolado)

Hay algo de tristeza a la hora de comer cuando ella no se presenta y nadie ayuda a lavar platos, picar verduras, poner aceite en el sartén, empanizar carne, cocer pasta. Mi esposa platica en su trabajo, orgullosamente, que la cocina exige de ambos contratantes y sus compañeros algo envidiosos, antojadizos, preguntan todos los días que alcanzamos a cocinar con la economía del tiempo. Descubren el paraíso de la confianza y la charla.

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Fumar a la nada

Es el momento donde enciendes un cigarrillo y no cedes a los pensamientos. En silencio, la nicotina y el alquitrán se consumen por el fuego y los pulmones. Tal vez te asomes por la ventana para ver la noche o quizás estás tomando una pausa después de leer cualquier texto. De ahí no pasa. No hay estudio de gravísimas cuestiones o la búsqueda de respuestas. Simplemente uno fuma por el placer de fumar. Te conviertes en el sueño de otro, en la estatua silenciosa de un niño que le pregunta a su madre: “¿Ese señor, mami, que está pensando?”, “¿Esa señora, mami, está triste?”. Puede ser, pensará la madre, o cualquier otro que mire la fotografía.

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Humo del insomne

Cuando dejé de fumar, el humo del cigarrillo ajeno me daba un golpe igual que a los sanos. No llegué a despreciarlo o denostar al vicioso, para mí era como atravesar una línea, un recuerdo. Los fumadores somos niños que miraron a sus padres, a sus abuelos, a sus héroes, dar una bocanada al cigarrillo y quedarse en silencio.

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Algo debe pasar aquí

Últimamente las caminatas dejan a Nico bien cansada. Duerme durante el día, buscando que el sol le golpeé el rostro, mientras sus cachetes abultados soplan y resoplan. La miro un rato, la miro un poco más, y pienso que quizás ya tuvo su infancia, que ahora está viviendo la adolescencia, la dura etapa de los secretos, del mundo aparte, el otro lado que no me está permitido ver.

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