La puerta estaba cerrada por los mecanismos de una herradura electrónica. Mateo pensaba que había entrado a una historia de ciencia ficción o a una película de espías. O quizás una curiosa combinación de ambas cosas: James Bond contra el Doctor Who. Había un panel con un teclado, una cámara y una pantalla que arrojaba toda clase de datos; las gráficas eran muy semejantes a cuando Mateo encendió a su guía por primera vez. La cerradura, con el número A3 impreso, era como Casiopea pero más grande.

—Identifíquese si desea entrar —dijo la pantalla.

Mateo puso la mano sobre la pantalla.

—No sea cochino, le sudan las manos. Use a su guía —replicó la pantalla.

La pantalla presentó un emoticón: :P~~.

Mateo quitó la mano apresuradamente y acercó a Casiopea. Sospechó, por un momento, que no trataba con inteligencias artificiales sino con personas. Quizás había almas en esos aparatos.

—Tanto tiempo, A3 —dijo Casiopea.

—Mi querida H-13N22B05. De verdad que ha pasado el tiempo. ¿Cómo te llamas ahora?

—Casiopea.

—Nada mal. Dame los datos de tu avatar y los dejaré pasar.

—Mateo, sé bondadoso y colócame en el borde, yo me encargaré del resto.

Mateo obedeció, estaba fascinado con el intercambio de diálogos y sonidos entre los dos dispositivos. Aunque había algo en el diálogo que le molestaba, todavía no podía precisar qué y no sabía que tan importante podía ser. También notó que, a la derecha del muro, a unos 10 ó 15 pasos, había unas escaleras que le permitirían llegar a un segundo piso, donde había una puerta que tenía una cerradura más sencilla, vulgar incluso. Se preguntó si era para la gente de servicio, para dar mantenimiento al edificio o una especie de entrada de emergencia. Se hacía tarde, la luz natural estaba a punto de acabarse. Algunas lámparas frontales se encendieron en el edificio. A sus espaldas, a unos trescientos metros, uno de los Salvajes empezó a reír. Una risa que hacía eco y provocaba escalofríos.

La puerta del edificio A3 se abrió.

—Podemos irnos, Mateo. Has recibido un mensaje de Nico: “Te espero”.

Mateo se puso a Casiopea en el bolsillo.

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