¿Recuerdas qué quiere decir Kowlesbeffen, amigo? Kowlesbeffen quiere decir amor, paz universal, ilapso perpetuo. Kowlesbeffen somos tu y yo. Y tu y yo, también somos amor.

Porque también tuve mis amaneceres y mis días de ocaso en una playa. Tal vez un tercio de mi vida, millones de células muertas, se diluyeron entre infinitos bancos de arena, se fueron por la edad y por el aire, tallando mi cuerpo humano y se escaparon hundiéndose entre sal y minerales, a veces hubieron de arrastrarse al mar para convertirse en las proteínas de algún coral joven. Si pienso en mi vida humana, esta también fue inspiradora, y bastante cobarde. Si bien sabía que mi familia vivió de drogas y drogadictos, también usaba el dinero para fortalecer mi espíritu, para sanar mi alma. Al contrario que Guillotina, cuya mejor redención era despojar de su carne a los desleales y traidores, la mía era utilizar el dinero para buscar el mejor crecimiento, el mío y el de algún pobre desafortunado al que me encontrara. Si muchas veces durante la carrera me encontré con algún pobre iluso que no le alcanzaba para la cita o que necesitaba dinero para una camisa, ¿quién se los dio? Fui yo. Si, si, ahora si soy muy oriental, ahora sé del proverbio que dice: “No le des el puto pescado, dale la puta caña”. Es algo que se escucha en el flujo natural todos los días. Pero en ese entonces, no pensaba así y de todas maneras, pensaba que la única oportunidad de redimir ese dinero manchado era regalarlo. Muchas veces mi padre me mandó a llamar para que pusiera los límites, para que dejara de hacer pendejadas, para convencerme de que el siguiente en la línea era yo y que no estaba dedicándome a nada. Y yo tuve mi etapa de playas, de arena, de mar, donde me tomaba fotos aplastando el sol con un dedo, donde viajaba mentalmente una cantidad de impresionante de caminos donde yo pudiese ser perdonado y no por lo que hice yo, escúchame bien, sino por lo que hicieron mis antecesores y hasta los antecesores de mis antecesores. Pensé, sentado en una cabañita nada modesta, en una cama que había costado tres mil dólares y en sábanas del precio de la cama, que Dios podría perdonarme si hacía algo de bien. En algo nos parecemos: Tu a veces piensas que Dios necesita tu perdón, mientras que yo pensaba continuamente necesitar el suyo, ya cuando se acaba esa oración acostumbrada y luego del Padre Nuestro, entonces dejamos de creer en Él. ¿Y de quién se acordaban mis amigos cuando faltaba Dios? De mí, por supuesto, y de mi dinero. ¿Por qué Salcedo se sintió rescatada en cuánto fui a coquetearle, con el Patek Philippe dio vueltas en mi muñeca? Porque miró el dinero, porque miró el sol, porque pudo sostenerlo entre los dedos, porque pensó que por fin la perra se había conseguido un buen dueño.

No pienso haber sido un mal hombre, fui un buen hombre dentro de mis limitaciones. Siempre fui un hombre preocupado por su familia, por como íbamos a parar todos en el infierno, siempre fui un hombre que le dio a los chamacos que pedían y también quien compraba las artesanías más caras a los hombres de semblante humilde, yo era a quien mandaban para hacer los tratos en la Iglesia y para no descuidar que no hubiera un cero menos en todas sus cuentas. Pude haber sido mejor, pude haberme flagelado frente a mi padre y pude haberle pedido que lo dejara, pude llevarme a Guillotina lejos, muy lejos, para que no creciera como creció, pude haber terminado mi carrera para hacer una diferencia en el mundo, en este país tan cochino como esta y también, por supuesto, pude no haberme dejado llevar por Salcedo para que las cosas no acabaran como lo hicieron. Pero esos son sueños de hombre bueno y cobarde y aunque el amor de Salcedo acabó convirtiéndome en una marca, fue la necesidad extrema para que mi cuerpo abandonara la porquería. Pero mi espíritu no se fue tranquilo, ¿sabes? Soy como el cuerpo y sangre de Cristo, que aunque existen como un símbolo para redimirnos, están ahí para recordarnos el pecado. ¿No es así que se nos prohibe canibalizarnos (simbólicamente) con el Salvador a menos que hayamos hecho nuestra confesión dominical? ¿Y tú, tragas o escupes la hostia? ¿Qué haces con ella cuando la vez frente a ti, mientras un hombre la sostiene dos escalones más arriba, ese hombre que esta más cerca de Dios? Eso me hace pensar que ese no es Cristo, el hombre perfecto, sino Cristo el hombre maligno, arriba de ti, fisgándote nada mas, siempre.

Después de conocer a Salcedo la vida fue muy rápido y me di cuenta, después de cogérmela, que Salcedo era mi oportunidad a la salvación. ¿Y sabes qué hace un hombre con dinero cuando encuentra la luz redentora? Se lo gasta, por supuesto. Los que no tienen dinero hablan, o escuchan música, o componen, o tienen hijos para arreglar sus desastres. Yo me gasté el dinero. Si la perra necesitaba una casa, se la daba. Si la perra necesitaba ropa nueva, le conseguía hasta dos armarios. Si quería irse a Europa, ¿cómo no, mi vida? Boletos de primera clase. Me di cuenta que solamente era mi dinero, y que Espinas movía su collar coquetamente, su etiqueta de dueño reluciente, y me sentía perdido, incapaz de decirle que no. Era un hombre bueno y cobarde. Eso no era Kowlesbeffen, eso era simple y sencilla humanidad. La de ella y la mía. Eso también era amor, amor universal, porque a través de todos los eventos que sucedieron entre Salcedo-Espinas y yo, seguramente surgieron otros chispazos, cosas minúsculas, que hicieron que dos desgraciados se amaran más o que le dieron a un estudiante el empujón que necesitaba para terminar su carrera. Uno nunca sabe como los errores de uno son los aciertos de otro, ¿no? Eso quiero creer, con eso me siento menos maldito.

Cuando llegué al primer millón, habló mi padre y me preguntó en qué diablos me estaba gastando el dinero. Y en el segundo millón, llamó a que me presentara con ella, para saber si valía la pena. No debí hacerlo. Cuando mi padre la miró, le brillaron los ojos igual que Salcedo cuando me conoció por primera vez. Si mi familia estaba rota, la presencia de Salcedo jaló la última hebra. Entonces mi padre empezó a dejar en claro de dónde provenía la fuente de ingresos, ¿y qué sucedió? Que la perra olió un mejor hueso. Espinas movió la colita, Espinas se hizo la muerta, Espinas lamió la carnaza, su carnaza, ya no la mía. Yo empezaba lentamente a desaparecerme del panorama y ella no se decidía, porque me la cogía sabroso, porque nadie le jalaba tanto la correa como yo, porque yo estaba joven y mi padre, un viejo gordo, que fumaba solamente puro, que ya había traspasado cualquier umbral sexual. ¿Y qué hace uno por amor? Fácil, si Salcedo la Perra se mantenía con dinero y si había un hueso más grande (aunque yo fuese uno más sabroso)… entonces debía preocuparme por hacerme tan grande como el hueso y mantenerme igual de sabroso. Empecé a robarme el dinero del negocio, pesito por pesito, y luego pesote por pesote. Le acaricié por detrás de las orejas a mi perrita y decirle: No te preocupes Espinas, nos iremos de aquí, nos iremos donde ya no importe y seamos solamente tu y yo, a Europa, a Sudáfrica, a la Luna mi amor, a donde quieras. Espinas movía la cola, pero nunca imaginé que me mordería los tobillos la malagradecida.

La puta Salcedo fue con mi padre y le gruñó todos mis planes, seguramente, mientras le chupaba el sexo. Todo eso, mientras yo, de muy buena onda, le compraba todas las rosas a un niño callejero para regalárselas. ¿Y cuál sería mi sorpresa, que mi cita era nada más y menos que con Guillotina? Esa misma noche me vi golpeado, maltratado, despeinado, oliendo a sangre y orines, arrodillado frente a mi padre. Mi padre estaba tomando vino, mi padre estaba fumando un puro, y también, creo, se estaba comiendo un pan. Mi padre estaba dispuesto a sacrificar al cordero de Dios. Escuché la cantidad exacta que me había robado de los negocios, miré como a Guillotina le estaba temblando una rodilla, escuché que me iban a matar y me iban a enterrar en cualquier parte del desierto, sin una tumba. Y también, cómo no, ahí estaba Salcedo, con una cadena que se movía al compás de los dedos de mi padre. En su cara se veía la culpa de lo que estaba haciendo, tenía los ojos muy abiertos y le temblaban los labios, pero ya era tarde, la única vez que pensaba abogar por mí, con un gesto fue como si mi padre la hubiera callado con un periodicazo y le hubiese puesto la mordaza. Lo que provoca el amor y el deseo, ¿a poco no es una historia inspiradora de hombres que entregan el corazón por amor? ¿A poco no esta llena de bonitos lazos familiares, de redención, de lealtad, de estar ahí en las buenas y las malas? Es la inspiradora historia de hacer lo correcto. Es el Kowlesbeffen. Si te interesa saber, mientras el verdugo de Guillotina me arrastraba fuera del estudio, se escuchaban mis gemidos y mis chillidos, no morí con honor, pero pude escuchar la última palabra de Salcedo: “Perdón”.

Fíjate nomás, hasta perdón por mis pecados recibí. ¿A poco la vieja esta no era una chingona?

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